“Al ego le gusta que la iluminación sea un logro
sobrehumano, sólo apto para los mejores,
pero la iluminación simplemente es dejar que surja
nuestro estado natural. Un estado de unión con la vida
que hay dentro y que hay fuera. Y en ese estado natural, que podríamos
llamar iluminado, hay atención y frescura,
alegría y vitalidad, ligereza y fluidez. En ese estado,
nos parecemos a un niño, o a un animal salvaje”
Julián Peragón, Meditación síntesis
Hace muchos años un médico me regaló un libro que se titulaba algo así como Las diez primeras horas con WordPerfect. Fue antes de Windows, claro. Y antes de la moda de los tips (diez castillos que hay que visitar, las doce razones para no usar coche, cinco formas de decir no sin que lo parezca, etc.) Ese libro lo usé de pe a pa, lo dejé y no me lo devolvieron, como me ha ocurrido con el 87,74 % de los libros que he dejado. Pero es cierto que a ese libro yo ya no le podía dar un segundo uso. Es un libro que hoy todo lo más tendría dos valores: uno sentimental, porque renovaría mi agradecimiento a Manuel Borràs Pascual, y otro histórico, porque me recordaría los rudimentos de un procesador de textos ya bastante avanzado pero que precedió a Word de Microsoft. A pesar de ser un prontuario utilísimo, tenía un propósito muy determinado y, una vez satisfecho, ya no podía ofrecer más respuestas.
Hay libros que se pueden y se deben leer varias veces. No me refiero a los libros de consulta o de referencia como lo eran los diccionarios. Me refiero a libros que se resisten a ser consumidos porque su lectura nos va a ofrecer en cada momento lo que estamos preparados para recibir o asimilar.
Otra médica que también conocí en el Hospital de Bellvitge me dijo un día que leía los suplementos de color salmón de economía de la prensa aunque no los entendiera, como si en el fondo tampoco se entendiera el resto de las páginas de los periódicos y nuestro conocimiento fuera imperfecto siempre.
Esa reflexión me acompaña desde entonces y la revivo cada vez que me enfrento a textos difíciles o a tareas que exceden mis posibilidades, o siemplemente a materias a las que nunca me había intentando aproximar.
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Hace un tiempo traje aquí La revolución del silencio de Consuelo Martín, filósofa que conoce la meditación advaita y que dirije talleres de meditación que pasan totalmente desapercibidos por su discreción en internet y otros medios.
El libro al que me voy a referir ahora se titula Meditación síntesis: 7 etapas para una meditación inteligente y su autor es Julián Peragón, antropólogo y profesor de yoga, y profesor de profesores de yoga desde hace veinte años o más. No es un libro para ser consumido. El libro lo constituyen 2 partes bien diferenciadas y me voy a reservar la segunda (sobre las etapas) para mi experiencia más íntima, por lo que solo voy a reseñar -es un decir- la primera, que trata sobre el sentido, la estructura, los preparativos y las actitudes de la meditación.
El apellido “síntesis” está en relación con la escuela que dirige Julián Peragón y su propósito de sintetizar las tradiciones orientales y occidentales, el pasado y el presente, la espiritualidad y la neurociencia. Así explicado el propósito puede inspirar que se trata de uno de esos batiburrillos con que nos encontramos a menudo y que no tienen ni mucho menos la elaboración ni el rigor o vigor que sustenta este texto.
Cuando traje a este pobre blog el libro de Consuelo Martín fue para referirme a la autoficción y ahora presente este otro desde ese mismo ángulo. Y ya que es mi intención solo transcribir un párrafo elijo este:
“Así que parte de nuestro tiempo lo dedicamos a recontar las historias viejas y a acomodarlas mejor para que hagan menos daño y para exorcizar las culpas y las pérdidas, o bien para contar las ganancias y realzar las victorias. La otra parte del tiempo lo dedicamos a escudriñar el futuro, ese tiempo por venir que desasosiega porque apenas puede ser controlado.”
Naturalmente hay muchos más párrafos que podrían ser extraídos del libro y descontextualizados sin que por ello perdieran valor alguno, pero por respeto al trabajo de los editores, me limito a la cita que he reproducido al principio y a la segunda.
Para las personas que necesitamos calmar la mente y reposar en medio del torbellino de ideas y ruidos de que nos rodeamos, este libro es ideal para orientarse bien en los aspectos más prácticos (cómo sentarse, por ejemplo) sin perderse en hopalandas, mantras, sándalos, inciensos y ritos. Éstos tienen su sentido pero no son el fin. Otros libros que he visto sobre meditación o eran excesivamente metafísicos para mi gusto o bien eran adaptaciones de libritos de divulgación con pautas (tips) a siglos luz de la realidad.
Aunque alguna vez había meditado (en el sentido meditativo de la palabra, no en el reflexivo), es en el presente cuando se ha convertido en una necesidad. De hecho es imposible pensar correctamente si no hay una higiene mental como lo es la meditación. Higiene como lo es cepillarse los dientes ni más ni menos. Sin aspirar a la iluminación, a la que creo que cualquiera puede llegar y no precisamente a través del orgullo, me conformo -y no es poco- con encontrar un poco de paz y de claridad.
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Cuando practicaba tai chi me contaron que en el lenguaje de signos de los sordos para referirse al tai chi el hablante desplazaba las palmas de las manos encaradas hacia el suelo formando un círculo imaginario. Un uroboros. Y es que en nuestra tabla taoísta al menos había convencionalmente 108 pasos pero el último nos situaba en el principio. Como el laberinto del rondeau cancretizante de Guillaume de Machaut, “Ma fin est mon començament”, con un traqueteo muy peculiar. Pero cada tabla con ser igual era diferente y el eterno retorno lejos de desfondarnos nos alimentaba.
Marta Domínguez Senra
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