Esa sedimentación del yoga a través de los siglos de sus sabios, anacoretas, sanyasines, con sus experiencias y sus vislumbres es lo que conocemos por Tradición. Una Tradición que por momentos ha sido estructurada, se le ha puesto cauces y definiciones, pero ha pasado fundamentalmente de boca a boca, de maestro a discípulo. Desde entonces el Yoga ha sido unión del ser humano con el cosmos, la vía del éxtasis, o si se lo prefiere, la comprensión de que el misterio más lejano habita en nosotros, que una diminuta chispa de lo divino alimenta nuestro corazón. Imágenes más poéticas que filosóficas para señalar que el yoga se ha desarrollado ante todo como una disciplina espiritual.
Pero en occidente ha cuajado, tal vez por necesidad, una idea del yoga más asociada a la salud. Hacer yoga para sentirse mejor, para soportar el peso de las responsabilidades, para curar esta o aquella dolencia. Y si bien el yoga no se ciñe en sus objetivos básicos al enfoque de terapia, bien podemos comprender que su hacer es claramente terapéutico.
Planteamos nuestro yoga para abrir un espacio activo de salud, y esto puede sonar revolucionario cuando el paciente, dentro de la medicina, es eso, un paciente que recibe toda la terapéutica de una forma pasiva, pastillas o agujas, hierbas o inyecciones, agentes externos que modifican nuestro estado alterado de salud pero raramente nos involucran. Hacer yoga semanalmente, de forma voluntaria, es gestar una actitud responsable, activa que pone cimientos a nuestra salud. Todo esto si consideramos que la mejor medicina es la preventiva.
En este punto tenemos que distanciarnos del deporte, que si bien en principio es saludable, no lo es tanto el deporte de competición que fuerza la “máquina” en pos de un nuevo record, de un nuevo triunfo. Yoga no es competición ni siquiera contorsionismo ni posturas a cual más complicada, reminiscencias de una imagen del yoga exótico, ya lejos de nuestra realidad. El yoga intenta partir de la realidad de cada uno y avanzar paso a paso. Puede ser la realidad del anciano, de la embarazada, de la persona estresada, de alguien con grandes acortamientos musculares. Da igual. El profesor tiene la capacidad de escuchar, más bien, de leer su problemática y ayudar en su proceso.
No es fácil la consigna de no forzar, respirar ampliamente, no hacer esfuerzo, porque de pequeños hemos aprendido una gimnasia de silbato y firmes, porque nadie nos enseñó qué eran esas sutiles sensaciones propioceptivas que formaban nuestra imagen corporal interna. Quisimos modelos para imitarlos olvidándonos de lo esencial, nuestro propio modelo.
Por eso en yoga lo primero es volver a tomar confianza en nuestra peculiar estructura. Cerrar los ojos y empezar a recoger sensaciones, alinear el cuerpo, ensanchar el vientre en cada respiración. Como si fuéramos niños hemos de aprender un nuevo lenguaje corporal: enraizamiento, basculación, proyección, coordinación, relajamiento Son las palabras que conformarán después el discurso de nuestra salud.
En nuestra concepción del cuerpo y la mente no hay enfermedades sino procesos, no nos interesa tanto el síntoma como la raíz de la perturbación, no focalizamos la zona afectada sino la persona. Es una idea unitaria del ser, donde ninguna parte está separada del todo. Nos lo recuerda la medicina china cuando dice: el hígado alimenta los músculos, éstos refuerzan el corazón, el corazón alimenta la sangre, ésta refuerza el bazo que alimenta a su vez la carne, la carne refuerza los pulmones que también alimentan la piel y el cabello. Éstos refuerzan los riñones; los riñones alimentan los huesos y las médulas que a su vez refuerzan el hígado. Muestra de la sincronía y cooperación que se establece en todo el cuerpo.
Toda curación pasa por hacerse uno responsable de su malestar, por saber con certeza lo que le pasa y por tener al alcance medios que utilizar cotidianamente. Veamos cómo puede ayudar la práctica del yoga a este proceso curativo.
El racimo de âsanas o posturas que hacemos tiende a reencontrar el máximo de amplitud de movimientos que tiene el cuerpo. Cualquier articulación del cuerpo si no está encorsetada por ligamentos y músculos contraídos se desplega en un movimiento armonioso. Sin embargo, la vida cotidiana en las ciudades y los trabajos que hacemos extremadamente especializados limitan este movimiento natural amplio. La artrosis se ceba en esas articulaciones semiinmovilizadas. El yoga descomprime la columna, la flexiona hacia delante, la extiende hacia atrás; las rotaciones abren espacio, así como las flexiones laterales que flexibilizan la musculatura auxiliar respiratoria.
Intentar aliviar la hiperlordosis lumbar para que la zona pélvica y los órganos genitourinarios no sufran excesiva presión. Corregir la cifosis dorsal para que el enrollamiento de las costillas no impida una buena respiración. Incidir sobre las cervialgias para que la irrigación sanguínea llegue al cerebro, evitando migrañas, vértigos, hormigueos en los brazos. Sin olvidarnos de la escoliosis que deforma la caja torácica y que presiona excesivamente toda la estructura cardíaca. Aunque evidentemente sólo podemos incidir en las curvaturas leves pues cuando se vuelven crónicas es conveniente derivar hacia las terapias corporales y quiropraxias.
Si habláramos de la circulación sanguínea veríamos que las posturas de yoga actúan en diferentes planos y gravedades favoreciendo el retorno venoso, bombeando la sangre en todas direcciones. Aunque no todos los ejercicios se pueden hacer con una hipertensión arterial, lo cierto es que la relajación baja el tono global del organismo, estimulando el sistema parasimpaticotónico que pone el freno a nuestra aceleración.
Uno de los males de nuestro tiempo es el haber roto el ritmo natural del cuerpo. Hemos acelerado el ritmo para adaptarnos a un mundo hipercomplejo. El yoga con la respiración, potenciando la espiración y la escucha, vuelve a establecer ese ritmo calmado. No en vano el yoga es el camino de la serenidad.
Pero la respiración no es solamente una mejor oxigenación pues viene también de la mano de un aumento de la vitalidad. Respirar es energetizarse y sobre todo calmar el mental. Por eso pranayama, palabra que designa los ejercicios respiratorios en el yoga, significa etimológicamente actitud ante la energía, también lo podemos entender como la estrategia para alargar el aliento. Aliento largo y profundo que sujeta la mente, que la interioriza.
Si vemos que el niño se diferencia del adulto por su gran elasticidad y plasticidad, el yoga que se enfoca hacia la longevidad quiere retener esa flexibilidad propia de las primeras edades. Ser flexible y simultáneamente resistente. Estar relajado y a la vez atento.
El yoga es sano por todo esto pero también porque transforma su ser en una ecología. Empieza por la alimentación y come lo más fresco y natural. Sobrio y considerado con la vida intenta comer lo más armónico que puede. Intenta también llevar su higiene en profundidad y no lavarse sólo la piel debajo de la ducha como solemos hacer. También limpia su nariz con agua y sal, su intestino con lavados internos. Frota sus encías, limpia la lengua, fricciona su cuerpo después de una ducha fría que vigoriza su cuerpo. Se pone ropas de algodón, telas naturales que no le aprietan el cuerpo, que no sujetan su cintura impidiéndole la respiración. Ventila su casa, duerme sobre un lecho ligeramente duro, está en contacto con el sol y el aire, con la naturaleza.
La vida simple también deja tiempo que se invierte en tranquilidad que por fin sosiega el cuerpo, lo reconforta. Ese espacio de meditación diario es un buen stop para recuperarse de lo vivido, para no olvidar lo que uno es, para reconocer lo esencial y no perderse en la superficie de las cosas. Meditar para agradecer lo que la vida le da a uno, para sentirse solidario con todo lo que vive que tiene derecho a existir. ¿No forma parte esta actitud de la higiene mental, de la salud bien entendida?.
Meditar para religarse con lo más alto, allí donde reside la mayor esperanza de curación. Tantas veces hemos visto que la falta de un proyecto de vida, de un sentido vital sume al individuo en un caos interno y una anomia, depresión, neurosis que se retroalimenta desde el exterior.
Pero la idea final de salud no es una salud acorazada y prepotente. La salud entendida no como la ausencia de enfermedad sino como la verdadera potenciación de los recursos propios del cuerpo para adaptarse a las nuevas condiciones de vida. La enfermedad, no la que se ha vuelto crónica, la vemos como un esfuerzo de adaptación del cuerpo, una crisis depurativa que pretende encontrar un mejor estado que el anterior aunque entonces no hubiera manifestación patológica. Nos ponemos enfermos porque estamos vivos, porque somos sensibles, vulnerables, porque ahí reside la fuerza de la vida, la evolución que se abre camino. La salud también es un orden interno, una comprensión de la vida, una actitud de respeto por uno mismo.
Pero no olvidemos que la persona neófita hace el yoga en grupo, grupo que le sirve de apoyo, que resuelve muchas necesidades de comunicación que el mismo medio saturado y las prisas no ofrecen. Pararse, verbalizar cómo ha ido la sesión, encontrar, a veces, un tema que a todos nos interesa y expresarnos.
En definitiva compartir un objetivo común que está en nuestras manos, mejorarnos.
Julián Peragón