El relato en la construcción de la persona

 

Todo comunica, todo habla. Es la forma como los humanos entendemos el todo fluye. El trueno ruge en su fuerza trémula, el viento ulula en el horizonte sin límites, el relato con sus infinitas voces relata las palabras milenarias de la experiencia humana. Desde esta perspectiva la vida no es más que un cuento, pues el ser humano no puede dimitir de su compromiso de cocrear y narrar la vida. Un discurso complejo e inmortalizado de incontables relatos llenos de ideas y significados, emociones, paradojas y metáforas. Mas, ¿cómo dejar de contar, sustraerse de narrar, sobre todo cuando ese acto nos lleva a comunicarnos y a diferentes formas de conocer?


Ciertamente un relato se muestra en formas muy variables, y los pensamientos e ideas que se engendran forman una trama con las actitudes y las intencionalidades, todo ello relacionado, asimismo, con sus correspondientes metas. El relato necesita además de la reciprocidad cómplice del otro. Espera de un tú para ser escuchado e interpretado, para ser sabido y compartido. El relato, por ser tal, busca con vehemencia ser expresado, pues él nos habita como manifestación de vida que brota del corazón y la mente. Sea rezagado, silenciado u oculto, o bien enunciado cuando tiene la ocasión de hacerlo. Está conformado por formas coherentes, ya que si no fuera así dejaría de serlo. La fuerza e intensidad del relato, leído o escuchado, viene avalada por su coherencia, claridad y sentido de unidad. Entonces es apreciado y valorado debido a la necesidad de ser recibido por un tercero.
Ya desde la niñez el relato, a través del lenguaje, conforma su iniciación al mundo. Palabras primeramente escuchadas en el contexto más próximo de la familia y la escuela que van construyendo su mente, es decir, su modo de conocer mediante el pensar y el sentir. En esa actividad mental un incipiente narrador llamado yo comienza a contarse y a apropiarse de una historia dinámica que va evolucionando en el transcurso del tiempo. Tal narración, cada vez más compleja, se convierte en el adolescente en un mar de sentidos paradójicos, contradictorios e incluso confusos. Posteriormente, ya adulto, sus narraciones transitan estructuradas por un sinfín de roles enmarcados en su contexto social laboral, familiar y otros. Así el lenguaje-crónica, formado por intrincados sentidos ancestrales, sociales y culturales perdura hasta el umbral de la muerte, cuando el último significado se apaga con el último suspiro, con la prostera palabra o simplemente una mirada. Y una vez terminado el relato, abarcador de todos los relatos de su existencia, solo queda la ausencia insustituible y la huella del inconmensurable silencio.
Narrar murmura sentidos, marca una dirección, persigue con precisión un objetivo: conmover y explicar. J. Bruner dice en La fábrica de historias: “Somos fabricantes de historias. Narramos para darle sentido a nuestras vidas, para comprender lo extraño de nuestra condición humana… La narrativa es una dialéctica entre lo que se esperaba y lo que sucedió, entre lo previsto y lo excitante, entre lo canónico y lo posible, entre la memoria y la imaginación.” De hecho la historia de la humanidad ¿no es acaso la portadora de una suma de relatos, un discurrir de narraciones delimitadas por el lenguaje de las palabras, a veces, las más, por palabras conocidas, trasmitidas de generación en generación? Tal ha sido, durante largo tiempo, el quehacer de los relatos orales, tan necesarios y característicos de la etapa mitológica y de la cultura agraria. Posteriormente las narraciones se han plasmado expresiva y plásticamente en la imaginería y la arquitectura medieval, siendo este el soporte que ha utilizado la Iglesia para educar moralmente y transmitir su doctrina a las masas. Con la imprenta, en cambio, el texto escrito se diversifica en sus formas y se expande a lo largo y ancho del planeta hasta la actualidad. Aunque actualmente en los nuevos relatos de la sociedad mediática, las imágenes emergen cada vez más numerosas y también más rápidas, ocupando un lugar relevante en trasmitir los viejos y recurrentes sentidos utilitarios del mundo como mercancía cada vez más acelerada.
Existen, además, relatos que se extienden en el tiempo y que juegan un papel eminente en el destino del individuo y de una colectividad. Son los metarrelatos, como por ejemplo, las grandes narrativas de las religiones monoteístas o del sistema capitalista en las que el planeta se halla inmerso y que construyen cognitiva y emocionalmente la caótica mentalidad dominante actual. Es indudable que todos ellos proceden de un fondo común, nos referimos a la sociedad patriarcal cuyos valores emergen con fuerza aproximadamente hacia el año 4000 a.C., según lo indican, entre otros, autores como Riane Eisler y James DeMeo, recogido por S. Taylor en su sugerente libro: La caída. J. DeMeo argumenta que la causa del cambio del matrismo al patrismo fue el cambio climático-ambiental de la zona de Saharasia lo que obligó a migrar a diversos pueblos -entre ellos los indoeuropeos-  desarrollando estos, según las evidencias arqueológicas, valores tales como la violencia, la guerra, y la pérdida de respeto a la naturaleza.
Está claro que en el contexto actual se sigue narrando, predominantemente, una crónica con rasgos evocadores de los valores de antaño. Observamos como esa materia narrativa se expresa en la realidad social, siendo por lo tanto mezcla y construcción inseparable, también de los discursos de los diferentes ámbitos educativos -el aula, la familia y los medios-. De tal manera que los asimilamos y los reproducimos, teniendo sus efectos sobre la mente, el comportamiento y la salud del individuo. Por esta razón observar, reconocer y reflexionar sobre el metarrelato educativo es una  decisión crucial para su transformación. En este sentido podemos cuestionarnos sobre la inconveniencia de los relatos que contemplan criterios utilitarios frente a la prioridad de las necesidades, las capacidades y el desarrollo de las habilidades del educando. Asimismo podemos plantearnos un cambio de discurso integrador e ineludible que clarifique y dignifique al ser humano, que integre el mundo externo y el mundo mental del individuo en la praxis educativa, no como dos elementos separados sino como dos aspectos que conforman una realidad dinámica.
A modo de ejemplo destacamos por su capacidad reveladora y creadora de conocimiento el relato de la mayéutica. Se trata del diálogo-relato propicio para desarrollarlo en el aula, apto para estimular la reflexión y el autoconocimiento. Constituye en su desarrollo todo un modo de crear el fundamento del acto educativo, es decir, la relación de afecto y conocimiento entre el discente y el profesor. Este género que en su modo de comunicar se acerca al arte y en su finalidad al conocimiento, nos lleva a otras cotas de conocimiento superiores mediante el diálogo consciente y reflexivo entre los dos interlocutores. Ahí donde la respuesta no es fruto de la opinión pues, gracias a las preguntas planteadas por uno de los interlocutores -en este caso el educador-, incita y promueve en el otro -el discente-  la respuesta novedosa y certera, no dictada, en uno mismo y por sí mismo.
Es indudable que la clave del cambio de los relatos educativos viene precedida por la autotransformación del educador en aspectos determinantes como son: ser conocedor de sus procesos mentales, emocionales y cognitivos para poder detectar las necesidades de los alumnos, así como ser habilidoso en generar atención y en estimular la capacidad de reflexionar. El educador en su expresión y acción se convierte, de este modo, en guía imprescindible pues marcará direcciones y sentidos que inexorablemente mueven la percepción ordinaria alentando una novedosa forma de comprenderse. Es entonces cuando el relato educativo subyuga por su carácter lúcido y coherente, y se torna decisivo para el comportamiento del individuo y la convivencia de la sociedad.

Aitxus Iñarra

Doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación

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Antropólogo. Profesor de Meditación y Formador de profesores de la escuela Yoga Síntesis.

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