Los profesores afirman que la mayoría de las personas empiezan a practicar buscando mejorar su salud en algún aspecto concreto. Pero luego van descubriendo que el Yoga es mucho más ejercicio físico y relajación.
La mayoría de los principiantes que empiezan la práctica de Yoga lo hacen por un tema de salud, por ejemplo, puede que sea el dolor de espaldas, el insomnio o un elevado nivel de estrés. Es evidente que la salud es una primera necesidad a la que el Yoga puede dar una respuesta satisfactoria, y de ahí el gran éxito que ha tenido durante las últimas décadas. Ahora bien, a menudo la persona que inicia no puede o no sabe expresar otras demandas que son bien reales aunque no son del todo explícitas.
Es posible que la persona no sólo busque salud sino también un espacio que ordene su vida a través de las clases semanales, creando momentos de calma y vigorización. No es de extrañar que haya, de forma subterránea, una demanda de atención, una necesidad de comunicación más sincera o simplemente la búsqueda de un oasis de silencio.
Como profesionales no podemos darle la espalda a estas demandas y debemos canalizarlas adecuadamente, al menos en el intento de enfocar a la persona en su globalidad.
Poco a poco el principiante se da cuenta de que el Yoga no es sólo una esterilla donde estirarse y relajarse, empieza a ver su profundidad. Se da cuenta de que hay cambios en su cuerpo pero también en su conciencia. Es como si al soltar lastre en el cuerpo, la mente se liberara también de sus preocupaciones.
El Yoga nos sirve como lo hace un buen espejo, nos refleja nuestro momento actual, con sus luces y sus sombras, y nos da alas para actuar sobre aquello que impide nuestra plenitud. Digamos que la practica de Yoga es cuestionadora de nuestros hábitos vitales y nos abre un camino esperanzador. Otra cosa será que el principiante no se dé el tiempo suficiente y la perseverancia para que se produzca una verdadera transformación.