En todo ser humano existen varias sub-personalidades o yoes. Solemos creer que somos seres congruentes e integrados, con una identidad única. Sin embargo, al igual que el cuerpo físico, que está formado por diferentes órganos y sistemas, la característica esencial de la psique es la multiplicidad. Además de la familia externa, compuesta por nuestros padres, hermanos y demás parientes, tenemos una familia interna, una comunidad interior multifacética.
Nuestros distintos yoes son relativamente independientes y autónomos. Cada uno tiene sus propias necesidades, impulsos, deseos y opiniones, llegando incluso a diferenciarse en sus gestos y posturas corporales. Algunos forman parte de nuestra identidad consciente, y por lo tanto, los reconocemos con facilidad. Su contraparte son los yoes que existen en la sombra, y que reprimimos por considerarlos peligrosos para nuestra auto-imagen y/o nuestros vínculos con los demás.
Percibir nuestra multiplicidad nos permite comprender cambios de conducta, tanto propios como ajenos, que con frecuencia nos resultan desconcertantes. Es común tomar una decisión, como ponernos a dieta, estudiar inglés o dejar de fumar, para luego abandonar estos proyectos. El “yo de los días lunes”, o el “yo de las resoluciones de Año Nuevo” nos inducen a formular una serie de objetivos que luego descartamos debido a que surgen otros yoes sin intención alguna de lograrlos. Ocurre un proceso similar cuando un hombre o una mujer le dice a su pareja que la ama profundamente, para luego exhibir una serie de actitudes indiferentes o distantes, producto de la emergencia de un yo que no desea la intimidad.
Cada uno de nosotros es una multitud. Se pueden juntar el rebelde y el intelectual, el seductor y el ama de casa, el saboteador y el asceta, el ejecutivo y el vividor, cada uno con su propia mitología, y amontonados con mayor o menor comodidad dentro de una sola persona.
La multiplicidad está compuesta por oposiciones, y al igual que un péndulo, tendemos a oscilar entre los diferentes polos. Toda actitud consciente implica la existencia de su contraparte a nivel de la sombra, y la identificación exclusiva con algunos yoes conduce a la irrupción de los aspectos opuestos para equilibrarnos. Si tiendo a actuar siempre de manera mesurada y ahorrativa, en algún momento aparecerá “la gastadora”; si me polarizo del lado de la bondad y la conciliación, tarde o temprano hará su aparición en escena mi yo contencioso y peleador.
El rechazo de una sub-personalidad impide su evolución. Si repudio a mi yo vulnerable o necesitado, y me identifico exclusivamente con mi yo independiente, mis necesidades insatisfechas seguirán viviendo en la sombra. Por el contrario, si me conecto con él para ver qué necesita y cómo brindárselo, estaré contribuyendo a su transformación potencial.
Descubrir los múltiples aspectos que viven en nuestro interior permite comprender contradicciones aparentes. Contradecir (“decir en contra”) es afirmar aspectos opuestos. Cuando tenemos pensamientos y sentimientos contrapuestos, es común preguntarnos cuál es la verdad; ésta es relativa, y depende del yo que se está expresando.
Reconocer nuestra multiplicidad nos permite renunciar a las identificaciones parciales y limitadas, y abre el camino para descubrir la riqueza oculta de la totalidad de nuestro ser. Es preciso que cada personaje interno tenga su lugar, y en ocasiones puede ser necesario realizar un referéndum, o consulta popular, para ver qué piensa, qué siente y qué necesita cada uno. En tal caso, podríamos escribir una historia que además de expresar el conflicto entre algunos yoes, muestre alternativas para resolverlo.
El Diálogo de Voces, el trabajo de Autoasistencia Psicológica, creado por Norberto Levy, y el Psicodrama son técnicas de gran utilidad para conocernos más plenamente, al igual que la interpretación de los sueños y la imaginación activa
Alicia Schmoller