Recuerdo que en la universidad nos enseñaban a analizar sociedades simples cazadoras recolectoras, grupos de 80 ó 100 individuos en su medio selvático. Medida ideal para poder ver con mayor claridad la imbricación de las estrategias de supervivencia con la magia, los lazos de parentesco, la adoración a los antepasados, los rituales propiciatorios, etc; todo, creíamos ver entonces, era una amalgama indisociable, cada grupo era una efervescencia única e irrepetible, una articulación de lo humano con lo natural y con lo social extraordinaria en su pervivencia durante el tiempo. Aunque ahora sean culturas sin tiempo, con rumbo a ninguna parte.

Aquella “regla” para medir culturas tradicionales se nos ha quedado infinitamente pequeña hoy en día donde las fronteras externas entre países y continentes se han disuelto, donde las redes de comunicación son casi instantáneas y la economía se ha globalizado. Sin embargo, a las puertas del milenio, cuando la democracia y los derechos humanos han llenado muchos libros y han firmado en muchas declaraciones oficiales, nos encontramos que la realidad se parece a una caseta de feria donde lo milagroso convive con lo espectacular y la mejor tecnología está en manos del nomadismo y del gran pillaje de todos los tiempos. Cerca del tercer milenio coexisten como en un espejismo del tiempo la aceleración de las altas partículas atómicas con la mafia, la biotecnología con el fanatismo religioso y las incursiones espaciales a otros planetas con la guerra de guerrillas intestina en el tercer mundo.

Lo decía no hace mucho Jean Ziegler, sociólogo y diputado suizo, que “no hay diferencia entre el capitalismo monopolista y la Mafia”. Lo dice un suizo que habla de la hipocresía de la banca suiza que aceptó el oro nazi, que no le importa que un dictador como Mobuti o Marcos expolie a su pueblo y abra cuentas archimillonarias en la tranquila Suiza. No importa las penurias de Centroamérica, el dinero blanqueado de los narcos es mucho más importante. Son los mismos banqueros que aconsejan lavar el dinero negro a través de algún paraíso fiscal, abriendo una sociedad en Caimán, cambiando los dólares a yenes y de yenes a marcos, y cuando la colada ya está suficientemente blanca, el país más seguro del mundo lo acogerá sin problemas de conciencia.

El negocio es el negocio, y no importa que el cartel de Cali o el cartel de la droga de Tijuana en México tengan métodos de extorsión brutales, porque el poder y el enriquecimiento no tiene más ideología que su crecimiento. Así, otras mafias como la renovada mafia neoyorkina han abierto nuevas líneas de negocio fraudulento en seguros médicos, con tarjetas de crédito y hasta la manipulación de valores en Bolsa. Los grandes empresarios de hoy en día son la Cosa Nostra, La Yakuza japonesa, las Tríadas chinas, las Mafiyas rusas, los traficantes turcos, los carteres colombianos, la mafia norteamericana, pues el volumen de recaudación a través de la droga, la prostitución, sea infantil o adulta, el tráfico de armas sobre todo en la antigua URSS, el contrabando de inmigrantes ilegales, la venta de órganos humanos, etc, etc, es tan enorme que éste crimen organizado compra políticos, acalla conciencias, silencia bancos, elimina competencias limpiamente, sin burocracia, con los mejores pistoleros adiestrados en el ejército, los mejores abogados y economista educados en las prestigiosas universidades.

Nosotros, apoltronados en nuestro sillón, respirando en uno de los países donde tenemos una mayor calidad de vida, a pesar de todo, no nos damos cuenta que este “barco” va a la deriva. La caja tonta de la televisión nos entretiene del tedio dando una sensación de normalidad falsa, los telediarios, ininteligibles, son borbotones de sucesos escupidos en el mismo tono que nacen de la nada y desaparecen sin dejar apenas un rastro de lástima o incredulidad pues no se cuentan las raíces del suceso ni las consecuencias más globales. Más pareciera una arenga moderna que nos adoctrinara que a grandes males del mundo más vale que conservemos el estado precario de las cosas, los intereses creados, sin mover un dedo.

Sabemos de refilón que el trabajo infantil es generalizado, que 250 millones de niños y niñas hacen trabajos de adultos con mayor rapidez, cobrando mucho menos o en régimen casi esclavista, sin seguros, sin reivindicaciones. Niños que se han saltado su infancia, el juego, la inocencia y que cuando sean adultos serán como la fruta verde que cogida a destiempo pierde su aroma y su sabor. Niñas que en centroáfrica están ligadas como esclavas sexuales a los sacerdotes tribales, niñas en todo el mundo musulmán que sufren el salvaje rito de la ablación, niñas también en el sureste asiático que satisfacen la voracidad del turismo sexual que viene en impecables aviones desde el primer mundo. Niños que en sudámerica hacen de sicarios matando por pocos dólares a cualquiera, o que viven desarraigados entre el pillaje y los escombros. Niños, no tan lejos, de mofletes sonrosados que en la propia familia sienten los abusos sexuales de los adultos, o la tortura psicológica más tremenda y que no saben como expresar su horror más que con la patología o la culpa.

Algo grave debe estar pasando cuando en el centro del imperio, en el estado de Luisiana se ha aprobado una ley para hacer imposible el divorcio. Cuando las estadísticas dicen que uno de cada tres matrimonios se divorcian, la gran sabiduría del ser humano va y establece un matrimonio blindado como si eliminando el síntoma, las parejas fueran a seguir viviendo felices. Imperio americano que el 51 % de sus habitantes (sondeo de la empresa Luntz Reserch) no cree en la evolución de las especies y en cambio el 53% si cree que los extraterrestres han visitado la tierra en los últimos 100 años. Que el 77 % cree en el infierno y el 86 % en el cielo, que hay vida después de la muerte (75%) y que la tierra se creó en 7 días (60%). Datos significativos para creer por un lado que la manipulación ideológica es totalmente efectiva, y por otro, que la educación ha fracasado en hacer individuos con una capacidad de pensar y decidir.

El otro día encontré en el metro un anónimo que sentenciaba que si no eres parte de la solución, eres parte del problema. Y esto es el mayor drama, que no estamos cultivados para entender que los males del mundo también son, en mayor o menor medida, problemas nuestros, problemas con nuestros instintos, con nuestra conciencia, con nuestra intolerancia.

La bomba de la explosión demográfica, el peligro nuclear, la crisis ecológica, las hambrunas, las epidemias, el terrorismo de estado o revolucionario, el crimen organizado, las corrupciones políticas, la explotación laboral, la extrema pobreza y un largo etcétera son más fáciles de erradicar que aquello más invisible, que se oculta detrás de pseudoverdades y que es la ignorancia.

Detrás de todos los fanatismos religiosos (véase los más de 100.000 muertes y torturas en Argelia), de toda la intolerancia, xenofobia y racismo que va en auge en nuestros países, de la violencia silenciada que sufren mujeres y niños en todo el mundo. Detrás de la pasividad ante la injusticia sea laboral o social se esconde el monstruo del miedo. Miedo al cambio, miedo al otro, miedo a la diferencia, miedo a la muerte, a la soledad, a la nada, a la penuria, hasta miedo a uno mismo y a nuestra felicidad. Miedo a un nuevo amanecer que se anuncia en las primeras luces del alba.

 Julián Peragón

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Antropólogo. Profesor de Meditación y Formador de profesores de la escuela Yoga Síntesis.

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