Estamos acostumbrados en nuestra sociedad a sembrar para recoger, a invertir para obtener una ganancia o simplemente hacer para conseguir un resultado práctico. Es de sentido común, no hay nada de malo en ello. Sin embargo, a fuerza de anticipar el efecto de nuestras acciones y de calcular el beneficio y el perjuicio, hemos olvidado el tesoro mismo que tenemos delante, la profundidad del momento presente. La vida se asemeja a una gran cadena de infinitos eslabones. Cada eslabón hace de unión entre los dos adyacentes pero no es solamente un enlace, también el eslabón es una totalidad interdependiente. En este sentido, cada acto es un medio para otra cosa pero, sin duda, también un fin en sí mismo. Nuestra mente está polarizada hacia un futuro prometedor a corto, medio o largo plazo, nuestras acciones son, la mayoría de las veces, tendenciosas. Somos grandes estrategas que calculan cuántos soldados sacrificamos para ganar una batalla y cuántos dejamos en la retaguardia.
Es posible que nos sentemos a meditar calculando, consciente o inconscientemente, el bienestar psíquico o las experiencias genuinas que podamos cosechar. No obstante, sentarse de esa forma es escapar del momento presente, ahí donde radica precisamente la meditación.
Por muy buenas intenciones que tengamos en meditación, desde la libertad más absoluta hasta simplemente calmar la ansiedad, creará en nosotros una tensión psíquica que nos impedirá estar abiertos plenamente al presente. Es como las anteojeras que lleva el burro, son hábiles para seguir un camino recto pero obstáculos para percibir la amplitud del horizonte que le rodea.
Dichosa la persona anciana que aprovechaba cada paseo matutino para esparcir semillas que un día cuando ella esté bajo tierra aparezca casi de la nada un espléndido bosque, muestra que esta persona no aspiraba a un provecho inmediato ni a un reconocimiento social, le bastaba el amor a todos los bosques, los que hay, los que desaparecieron pero también todos los que están destinados a nacer.
No obstante, hemos de trascender hasta los deseos más altruistas, hemos de aprender a permanecer en lo atemporal del presente sin ninguna especulación. Aunque evidentemente las acciones se solapan y se generan con ellas nuevos efectos como si de una onda expansiva se tratara, lo cierto es que al momento presente no le falta ni le sobra nada que tengamos que buscar luego. La meditación es la capacidad de estar satisfechos y de que esa plenitud no dependa de ninguna circunstancia. No hay mayor nobleza que la de sentarse sin esperar nada, sin esperar que algo viaje desde el futuro a nuestro encuentro.
Cuando tenemos expectativas sobre algo que va a ocurrir en el futuro en realidad estamos anteponiendo nuestro propio deseo. Y el deseo, ya lo sabemos, termina por desgajar la totalidad en la que nos encontramos. No saber lo que nos vamos a encontrar puede ser desalentador pero también puede ser muy enriquecedor.
Estamos llenos de prejuicios con respecto a la meditación. Hemos visto muchas películas del mundo espiritual y es posible que nos hayamos hecho una idea equivocada del mismo.
Todos hemos leído de pequeños el cuento de la lechera, todos hemos caído en la ingenuidad en los primeros proyectos de pensar el rendimiento que nos podía dar a corto plazo y todos hemos caído varias veces en la misma piedra. Se trata pues de rendirse al momento presente sin esperar nada a cambio. Y ya que es la mente, y no el alma la que espera, bastaría con encontrar una actitud de vacío mental.
Meditación Síntesis. Julián Peragón. Editorial Acanto