Desprendimiento (fruto)
Después del largo camino que hemos realizado, ahora tenemos que dejar ir, río abajo, todo lo que hemos alcanzado. Todas aquellas comprensiones y experiencias en las que nos hemos ido apoyando a lo largo de nuestra maduración interna, ahora se vuelven un lastre que hemos de ir soltando. El globo en el que vamos se precipita desde las alturas y urge sacar peso.
En realidad, el camino de la meditación es un camino de desprendimiento de capas postizas, de falsas identidades. La familia, los amigos de la infancia, nuestros ídolos, las ideologías, la identificación con una nación, con un partido político, con una estética, etcétera, etcétera, tuvieron su razón de ser, fueron los retazos de ese collage sobre el que construimos nuestra identidad. Pero ahora, cualquier traje nos queda corto, cualquier identidad es una restricción que nos impide sentir la libertad total. Con todo eso no podemos más que hacer un fuego interno y, al amparo de la luz, ver cómo se convierte en ceniza.
El fruto de nuestro árbol meditativo ha ido madurando pero, casi en secreto, albergaba un final dramático: no estaba destinado a guardarse en la despensa, sino a desprenderse en el vacío. Cuando el yo ha reconocido su componente ilusorio, ya no vivimos para nosotros mismos sino para algo mayor que nosotros: para el bien común, para los demás, para la vida en sí.
Silenciosamente, el peso del fruto maduro iba inclinando nuestras ramas. La plenitud nunca es orgullo o vanidad sino conciencia de la pequeñez. Y al fin, el fruto se libera, y nosotros con él, hacia una nueva vida, hacia un nuevo camino de renovación.
Meditación Síntesis. Julián Peragón. Editorial Acanto