No dualidad (abrazo)
Cuando damos un abrazo, lo primero que hacemos es abrir los brazos y el pecho, hacer espacio delante de nosotros. Y entonces, al envolver con ellos a la otra persona, ya no estamos solos, ya no estamos vacíos; aparentemente hay entre nuestros brazos otro, pero no es verdad: el abrazo sincero amasa los cuerpos y congrega corazones en una sola esfera. No somos dos sino uno, una nueva entidad en la que hemos abolido las diferencias.
Dicen que el primer acto de la creación fue un acto de amor. Dios, en su plenitud e infinitud, lo primero que hace es contraerse, dejar espacio para que aparezca lo otro, la creación. El verdadero amor no es dar un paso hacia el otro sino, más bien, vaciarse de uno mismo, hacer hueco en el corazón y escuchar en silencio.
Eso mismo hacemos en meditación en esta última etapa: amar más allá de nuestro yo, abrazar profundamente el sufrimiento del mundo, como si nuestro arrobamiento pudiera destilarse en lluvia, en brisa, en luz, y así llegar a cada uno de los seres de este planeta y amortiguar su sufrimiento. Ese es el objetivo más noble: meditar para aligerar el sufrimiento del mundo.