Todos sabemos que hay verdades tan eternas e infinitas que han dado mil vueltas al universo haciéndole al mismo un traje a medida. Son verdades inapelables, frías como los témpanos que no se derriten ni en la canícula, trazadas con rectilínea para llegar al objetivo sin un tibio devaneo ni un asomo de duda. Son verdades con mayúscula, de redonda perfección y sin mácula alguna.
Verdades tan absolutas que ya estaban aquí antes de nacer y que refrescaron la memoria en los libros de primaria junto con el bocadillo de atún que regalimaba aceite. Después se encerraron en voluminosas enciclopedias de consulta que nadie tuvo tiempo de abrir y aun menos de cuestionar, a sabiendas que permanecerían mucho más allá de nuestra muerte, por los siglos de los siglos. Son verdades de amen y cátedra que te dejan tan y tan pequeñito que su sola presencia te aplasta.
Muy al contrario que otras verdades que corren como la pólvora y te atraviesan como un vendaval poniendo todo del revés por el gusto perverso de llevar la contraria o de marcar la diferencia que es otro tipo de perversión. Son verdades de esloganes que pasan a la velocidad trepidante de veinte segundos antes de poder reaccionar, o de modas rabiosas que se contaminan boca a boca a altas horas de la madrugada. Y de las que un día nadie más se acordará.
También hay verdades numéricas que tienen el deje del tanto por ciento y que mezclan manzanas con peras para que cuadren los resultados. Verdades estadísticas que solo te dejan decir si, no, o ha tardado más de dos segundos en contestar, lo siento. Verdades que agrupan montones sin alma con montoncitos insignificantes y los ponen en columnas rosadas o pasteles fraccionados. Aunque los números desafinan cuando cantan.
La verdad de las verdades políticas es que nunca dicen nada para no mentir. Se dicen medias verdades para que todos entiendan lo que quieran entender y al final solo se ven grandes mentiras pues las verdades como la fruta madura fermenta si no se come al momento. Son verdades que se eructan en mítines o que se esculpen en cabeceras de periódicos sin subtítulos.
Pero no nos olvidemos que hay verdades subterráneas que van desde Tokio a Nueva York sacudiendo bolsas y valores, marcando el ritmo de otras verdades menores. Son verdades con metrónomo, que valoran la rentabilidad de algo aplicando una fórmula matemática según la cual se puede conceder un crédito para una presa pero no para paliar sufrimientos.
Y hay verdades de concilios que van a misa aunque los tiempos cambien. Con una beatitud inmensa te condenan al infierno por hacer lo que el instinto sensatamente marca. Y es que hay verdades insolubles con cualquiera que no rece la misma estrofa y que prefieren ser aceite o vinagre pero nunca una rica salsa. Son, sin duda, verdades como un templo que están trazadas por el Mismísimo pero que cuando se ponen en boca de su representante aquí en la tierra suenan a rancios augurios de malos tiempos.
Y he visto verdades terapéuticas afiladas como dardos que se meten en heridas narcisistas y fragilidades sentidas sin dejar un títere con cabeza. Verdades de boumerang que todo lo ven como proyecciones o como complejos y carencias del tiempo de los biberones.
Y verdades emocionales que chantagean sin dejar de victimizarse. Y verdades que aman absolutamente para después odiar con la misma intensidad, que prometen todo y que no dan nada. Verdades fatuas que no brillan más que un fósforo. Verdades ingeniosas que en un momento creen saberlo todo.
También hay verdades hipócritas que se vuelven columnias al volver la esquina. Y mentiras piadosas de limosna y palmadita, y verdades siseadas que no alzan el vuelo ante grandes farsas y, en fin, verdades exóticas que a nadie le interesan porque todavía creemos en los mitos de las Antipodas.
Pues bien, hay verdades de cama que bajo las sábanas son puro fingimiento, y chismes airados que crecen como rumores hasta convertirse en mitos eternos. Hay muchos que mueren por la boca como los peces, y otros que no sueltan prenda aunque su verdad salve vidas futuras. Verdades encerradas en cajas fuertes con un olor de alcanfor que parece mentira.
Hay certidumbres que se huelen a distancias, e intuiciones que golpean corazones. Verdades invisibles que nadie atiende porque son tan abundantes como el aire y mentiras insólitas que dan muchos frutos porque con ellas se puede engañar y especular sin miramientos.
Hay evidencias en la mirada que muchos maquillan y mentiras mil veces escenificadas. También son grandes verdades de otros las que reproducimos como papagayos cuando dentro vivimos mentiras inconfesables. Copiamos verdades de puro aburrimiento. Y hasta las mentiras de tan requetetraídas se vuelven un faro en la noche.
Hay verdades que claman en el desierto porque a nadie le interesan, y mentiras que se transmiten vía satélite que todos aplauden. La verdad no tiene aristas y es de difícil manejo pues te deja vulnerable por dentro y por fuera, a diferencia de la mentira que tiene gafas de sol y etiqueta que en el reverso dice soy mejor que tú, superior a ellos. La mentira tiene dos estrategias, una de camuflaje y otra para llamar la atención. En cambio la verdad es daltónica no distingue más que corazones.
Sin embargo hay verdades testarudas, iracundas, orgullosas o cobardes. Verdades del corazón que desvirtua las verdades de la cabeza, o al contrario, verdades subjetivas que mean como los perros marcando un territorio de caza. Hay verdades del miedo y de la ignorancia que generan monstruos fuera y dentro y que justifican cualquier venganza, genocidio o masacre. Y hay verdades tiernas como brotes en primavera que los intereses creados hielan antes de sacar timidamente la cabeza.
Hay verdades de un solo momento que después lastimosamente quieren pervivir, pero son estatuas inmóviles que las palomas con el tiempo cagarán. Verdades de estanterías entre libros comprimidas que nunca tuvieron alas o que son simplemente cacofonías.
Verdades las hay, para todos, lo dice la constitución, que después la selva en la que todos habitamos desmiente. Tal vez las mentiras son proyectos de verdades a medio camino o verdades falseadas por el caleidoscopio de la vida. Atisbamos la tarea difícil de poner una frontera clara entre una y otra que además no cambie con las estaciones o con los humores de la luna o con otras nuevas verdades. Jugamos una partida de ajedrez con ellas, entre hipótesis y antítesis hasta que el nuevo paradigma cabalgue victorioso sobre las brumas de dudas y diga jaque mate.
Tal vez, al microscopio, la única diferencia entre verdades y mentiras resida en que éstas requieren, no sólo la compulsión de la lengua suelta, sino de cientos de mentirijillas que encubran la inconexión primera como si, inocentes, cientos de salvavidas pudieran detener el hundimiento de un barco a la deriva. Y es que hay verdades y mentiras idénticas, formuladas con las mismas y exactas palabras pues el universo es tan rico y variado que permite infinitas interpretaciones de lo mismo.
Pero si hay alguna diferencia está en el corazón que habla, en la intención que actúa, en las nuevas posibilidades que despierta, en la reserva moderada que atenúa cualquier sobredimensión no deseada, o lo que es lo mismo, la humildad desprendida ante la riqueza que nos trae una luz en la penumbra. Hay quien le llama sabiduría.
Julián Peragón