Las raíces del racismo

Parece que, hay en día, el árbol del racismo está sano y creciendo desmesuradamente. Sus frutos, esos brotes de racismo, agrios y repudiables por todos no explican y acotan el fenómeno amplio del racismo. Las raíces de éste se extienden por todo el suelo invisible de una sociedad discriminadora que expía sus culpas condenando los actos más extremos y violentos de este racismo y esta xenofobia que parece no tener fin, pero sin cuestionar su propia base ideológica.

¿Qué entendemos por racismo?
Es curioso observar la confusión que tenemos a la hora de utilizar el término racismo. Pues bajo el común denominador de racismo se han colado toda una serie de actitudes y comportamientos que, si bien, son discriminatorios y van en contra de la igualdad, estrictamente no pueden llamarse racistas.

Tendríamos que hablar primeramente de etnocentrismo. Toda forma de etnocentrismo se compone, por una parte, de una valoración positiva, en la que la persona idealiza al grupo y admira las realizaciones de éste, y por otra, de una referencia contrapuesta frente a los grupos exteriores. Según ciertas teorías psicoanalíticas, lo que se busca en primer lugar es la mejora de la imagen de símismo, mediante la proyección sobre los grupos de afuera de «culpabilidad» y deseos inconscientes compartidos dentro del grupo. Los grupos de afuera son interpretados a través del modelo de pensamiento del propio grupo, es decir, «lo nuestro es mejor que lo vuestro».
La xenofobia comportaría añadir al etnocentrismo un comportamiento excluyente y de preservación de la propia identidad e intereses, en base a la conservación de un espacio social sin la presencia de individuos provenientes de otros pueblos o culturas. Así la xenofobia incorpora un elemento de generalización en la exclusión de todo individuo del espacio social preservado si éste no es un miembro nativo. Todo individuo «foráneo» es rechazado de la estructura social por el hecho de serlo, independientemente de su condición personal.
En cambio, el racismo va mucho más allá. Según Albert Memmi, «es la valoración generalizada y definitiva, de diferencias biológicas, reales o imaginadas, en beneficio del acusador y en detrimento de la víctima, a fin de justificar sus privilegios y su agresión». Para LéviStrauss el racismo es una ideología precisa en la que se cree que hay una correlación entre el patrimonio genético y las capacidades intelectuales o disposiciones morales; que todos los miembros de una raza poseen esas cualidades; que hay razas superiores e inferiores, y que aquéllas más privilegiadas están «autorizadas» a dominar, explotar o destruir a las «inferiores» si es necesario.
Así pues, el etnocentrismo y la xenofobia son matrices culturales que favorecen la aparición del racismo en una sociedad concreta, pero si bien son condiciones necesarias, no son suficientes. Para que el racismo tome su verdadera dimensión, será preciso la aparición del componente ideológico de legitimación de la dominación en base a los caracteres propios y permanentes del otro.

Sapiens-sapiens
Ahora bien, el concepto raza también plantea problemas. No es fácil distinguir una raza de otra pues toda la Humanidad proviene de un mismo tronco común, es sapienssapiens. Los mismos científicos aseguran que el componente genético es el mismo y que las diferencias sólo existen en el fenótipo, los caracteres externos . Desde esta visión científica no existen las razas y no hay estudios serios que indiquen que biológicamente las denominadas razas tengan mayores o menores aptitudes psíquicas, de inteligencia, morales o de cualquier tipo.
Sin embargo, aunque la Unesco ha criticado insistentemente la utilización del concepto raza, y desde el ámbito intelectual y humanista se ha desestimado toda legitimación basada en criterios de raza sigue estando en auge el racismo. ¿Por qué ha fracasado la «razón científica ?, y ¿por qué nos sentimos tan impotentes ante esta marea racista?.

El racismo es una ideologia de la dominación.
Es evidente que a un nivel sociocultural existen las razas, existen las diferencias entre los humanos porque son evidentes en el color de la piel, en el cabello, en la constitución física, en los gestos y en las formas. Pero el racismo, tal como lo percibimos en las sociedades occidentales, es la más acabada y desarrollada ideología de la dominación. Juan Aranzadi en un interesante artfculo sobre Racismo y Piedad insiste en que «el racísmo es una doctrina, una teoria, una ideología no una actitud, un sentimiento o una conducta. Aunque estos últimos sean de distancia, desprecio, exclusión e incluso rechazo, sólo merecen el calificativo de racistas, cuando van acompañados y se racionalizan, justifican y fundamentan en una idealogia racista individualmente aceptada y formulada como tal, y/o colectivamente sancionada por la ley, norma o costumbre grupal». Además, Aranzadi hace una diferenciación entre el racismo popular y el científico. El racismo popular basado en la sensibilidad y percepción empírica coge las características físicas palpables y las eleva a su definición de raza. Este racismo conserva su sensibilidad y no está lejos de la piedad que nos define como humanos, mientras que el racismo científico se basa en el patrimonio genético que está oculto y es imperceptible a los sentidos. Los judíos alemanes no se distinguían de sus compatriotas alemanes, pero el nazismo provocó un genocidio al elegir el patrimonio genético como determinante racial. Los judíos fueron descubiertos no por su idioma, vestimenta o aspecto físico, sino por sus apellidos, sus hogares de origen o por delatores. Hemos de entender que los nazis no eran especialmente personas malvadas o trastocadas; eran en su mayoría obedientes ciudadanos y padres de familia que escuchaban a sus científicos, filósofos, médicos y políticos. Se limitaron a cumplir órdenes para «limpiar» la sociedad y depurar la «superior» raza aria. Los verdugos no se enfrentaron a todo el sufrimiento que se generó. No tuvieron que superar la natural piedad ante el sufrimiento del otro porque las razones ideológicas, la racionalidad económica y tecnológica y la asepsia del genocidio, de las cámaras de gas, habían cambiado la faz humana del judío. Estos ya no eran semejantes, ya no eran humanos, eran inferiores y por el bien de la humanidad estaba justificado el genocidio.
Aquí es donde radica el racismo, hacer ver a los semejantes como otros diferentes para romper el sentimiento de empatía, hospitalidad, piedad, curiosidad o amor que sentimos por los otros. Y es aquf donde hay que insistir y recordar, que «el racismo nos dice otra vez Aranzadi, el nazismo y el totalitarismo en general no constituyen milagrosas caídas de la humanidad en la irracionalidad sino que son fenómenos genuinamente modernos, enfermedades de nuestra civilización, posibilidades abiertas por la racionalidad científica, burocrática y técnica de nuestras sociedades, la cara oscura del progreso, la némesis de la modernidad».

Orígenes de la mentalidad racista.
Hemos distinguido hasta aquí lo que es racismo de lo que son otras formas de discriminación y hemos subrayado las diferencias entre un racismo científico y otro popular. Sin embargo, el fenómeno del racismo no ha nacido ayer o anteayer, los orígenes de esta mentalidad racista se remontan a la base de nuestra propia cultura.
Para Christian Delacampagne en su obra «Racismo y Occiente», nos dice que Occidente falto de un mito de los orígenes sólido, unificado y coherente que explique su personalidad colectiva en base a unas esencias y unas raices homogéneas, inventará en cada momento histórico diferentes formas de predestinación a la más alta condición humana, que comportarán, de vuelta, la reducción a la inferioridad a las culturas y pueblos milenarios de su «perifería».
En los orígenes de la cultura grecolatina se delimita al bárbaro y se legitima el esclavismo, así como la exclusión total de la mujer en el rol activo de la sociedad. Estas primeras formas de mentalidad racista se acompañan de la cristalización del mito de la autoengendración del pueblo griego sin la intervención e influencia de ninguna cultura anterior. Esta autoengendración es concebida como de origen masculino, hecho que situará en un mismo tronco común las primeras construcciones racistas de la alteridad y las primeras formas de legitimación mítica de la discriminación sexista. A partir de ahora, racismo y sexismo irán de la mano.
En la Edad Media, la mentalidad racista encontrará su apoyo fundamental en la religión. La pertenencia a la cristiandad será un indicativo de estar en la religión «verdadera» y de ser el pueblo «elegido». Aparecerá el concepto de pagano y el de infiel El cristianismo legitimará la necesidad de sumisión y conversión de los otros pueblos paganos y otras religiones infieles. Habrá cruzadas e inquisiciones. El musulmán será el Infiel; la mujer el cuerpo del pecado, la concubina del diablo que hay que exorcizar o controlar.
En el Renacimiento, con la expansión del mundo occidental y el descubrimiento del Nuevo Mundo quedará firmemente sellada la mentalidad occidental racista. El encuentro con el denominado salvaje será crucial para afirmar la «superioridad» ética y tecnológica del hombre blanco y hacer una labor «civilizadora» y la misión «salvadora de almas».
El continente americano será un buen laboratorio para establecer la doctrina racista. El tráfico de esclavos negros, las encomiendas de indios, las plantaciones y minas en base de esclavitud crearán la base de una sociedad fuertemenre clasista y racista. Entonces las evidentes diferencias religiosas y de costumbres y del color de la piel sellarán la permanencia de unos caracteres físicos sobre los que justificar la discriminación. “Eres negro, eres indio, eres mestizo, eres, por tanto, inferior, eres menor de edad, nos perteneces, necesitas de nuestra protección, te daremos un trabajo de esclavitud de por vida y tendrás que adorar a nuestro Dios. Tal es nuestra misión”.
Más adelante, con la revolución industrial y la plena expansión colonial aparecerá en el siglo XIX una ola racionalista y científica con algunos precedentes en el movimiento de la Ilustración francesa que querrá atribuir fundamentos biológicos a las diferencias étnicas y culturales entre los pueblos y, en el contexto general del evolucionismo, defenderá la base genética de las diferencias entre razas superiores e inferiores, proponiendo como modelo el desarrollo tecnológico.

El hombre blanco será el único actor de la Historia.
Así pues, el racismo como ideología de la dominación servirá para legitimar la servidumbre del dominado en función de unas características propias irreductibles y permanentes, y no en función de una relación de opresión respecto del dominador, que sería más incómodo y siempre cuestionable si los factores de esa dominación cambian. Por eso el hombre blano será el sujeto y el actor de la Historia, mientras que el dominado será objeto pasivo, estigmatizado de por vida, sin ningún proyecto colectivo; sólo servirá como elemento de conversión, de explotación o de eliminación si no interesa a los planes de la raza «superior».
Ahora bien, cuando este «equilibrio» de fuerzas se altera, cuando el dominado reclama la justicía y la igualdad, cuando el grupo discriminado compite por los mismos recursos o puestos de trabajos que parte del grupo dominador, entonces aparece con más fuerza la doctrina y la ideología racista. Por eso observamos ahora en Europa y Norteamérica con una cierta crisis económica, con un elevado porcentaje de población en paro y con una fuerte oleada de inmigración de otros países de la perifería, que se acentúan los brotes racistas y los partidos de derechas que acogen estas ideologías xenófobas.

Colonialismo e inmigración.
Como un boumerang el mundo desarrollado parece «sufrir» sus propias contradicciones. Con el colonialismo y el neocolonialismo se importó y se impuso al Tercer Mundo un modelo de desarrollo propio de la cultura occidental, un modelo de expropiación, de sobreproducción intensiva. Y como resultado estos países entraron en el subdesarrollo, en la regresión económica, en la pauperización de la sociedad y también en guerras intestinas.
Por no hablar de aculturación, hambrunas, migraciones numerosas, desestructuración de la base de vida tradicional, etcétera. Ahora, lógicamente Europa y Norteamérica sufren una presión inmigratoria de millones de personas que huyen de sus países y buscan en el «paraíso» europeo un bienestar y un posible desarrollo económico. Europa reacciona contradictoriamente.
El anterior informe (1991) de la Comisión Europea para el estudio de las políticas de inmigración e integración social de inmigrantes en la Comunidad Europea prevé, a partir del 1 de Enero de este año ,1993, que aproximadamente 10 millones de nocomunitarios (básicamente del Este de Europa y Norte de Africa) se desplazarán a la Comunidad. Esto implica una grave contradicción. Por un lado, la voluntad política de reducir drásticamente la inmigración con fuertes medidas de control fronterizo, visados, etc., pero también con disminución de ayudas sociales, construcción de viviendas, dificultad de conseguir la residencia o contratos laborales legales. Pero, por otro lado, hay una actitud empresarial que se beneficia pues consigue mano de obra barata sin ningún tipo de presión sindical. No obstante, esta «contradicción» le va bien al sistema pues se abaratan los costes, se mueve la economía y los peores trabajos que nadie quiere van a parar a manos de los inmigrados.

Factores que legitiman las actitudes xenófobas y racistas.
Con todo, hay algo que corre de boca en boca en nuestras sociedades que legitiman las actitudes racistas, es el miedo. Así el inmigrante sería acusado de quedarse con el trabajo que «pertenece» al autóctono sobre todo cuando hay una percepción de la crisis económica. También hay otro miedo, cuando las estadísticas plantean alarmadas que el índice de natalidad es bajo y que se va a envejecer la población, aparece el temor de que la población estancada se vaya substituyendo por población inmigrada. Miedo a que cambien las formas sociales, el mapa tradicional de relaciones e intercambios. Ante esto, nuestras sociedades se estancan y se vuelven impermeables.
Alain Touraine indica que «nuestras sociedades hoy carecen de objetivos y, en consecuencia, carecen también de capacidad de integración, lo cual supone que cada uno mira sólo por si mismo, que se preocupa únicamente de su identidad de sus diferencias con respecto a los demás. Y así agigantan las barreras y se agravan las reacciones de rechazo». Lo cierto es que hay una percepción de crisis y el inmigrado, el que es diferente, el de otra raza, en definitiva, el extranjero se convierte en un chivo expiatorio y en una válvula de escape de los propios conflictos nacionales.

Buscando salidas.
Es preciso insistir que, a pesar de la descalificación científica del racismo de base biológica, encontramos un racismo popular que se basa en las características físicas y palpables de los que son considerados diferentes.
Este racismo, que va en aumento, es fruto de nuestra civilización moderna y de nuestra racionalidad científica y lo terrible es que no sabemos a dónde nos va a llevar.
Una mirada histórica nos ayuda a comprender esta mentalidad racista que se ha ido gestando a través de la conceptualización del bárbaro, el infiel, el salvaje o el extranjero. Fue el componente colonial quien realmente avivó la llama del racismo como ideología de dominación, y ahora cuando el mundo occidental está en crisis y después de colonizar todo el mundo y expropiar las tierras de los nativos, ahora, no aceptamos unos cuantos millones de personas inmigradas en nuestra latitudes.
Parece que el mestizaje es un proceso natural imparable, al igual que la presión que ejercerá el Tercer Mundo sobre el reducto de los países desarrollados. Mientras no se tomen medidas para que no exista desigualdad entre los países y no se tomen medidas reales de «reparación» del expolio hecho por los países ricos, no habrá un equilibrio estable.
Nos encontramos con un Occidente en crisis y conservador, protegiendo lo poco que le queda y en decadencia. Es probable que en pocos años ya no exista un único polo de desarrollo y que el eje de dinamismo y progreso nuevo se desplace a otros países orientales o americanos. Esperemos, no obstante, que el mundo sea un espacio multicultural y multirracial, donde cada pueblo tenga su espacio de crecimiento y entre todos un espacio de encuentro.
Creemos que todos los que hemos tomado conciencia de la gravedad del momento estamos buscando salidas a esta encrucijada. Julia Kristeva, en «Extranjeros para nosotros mismos», se hace una pregunta fundamental: ¿será posible la convivencia multirracial en la Europa del siglo XXI.?. Kristeva sustenta en el psicoanálisis la posibilidad de una comprensión ética del conflicto: «la lección del extranjero es que todos lo somos, no sólo ante los foráneos, sino ante los más próximos y sobre todo ante nosotros mismos. Frente a los neuróticos de la identidad que quieren a toda costa recuperarla, reivindicarla, defenderla ante el forastero, se trata de comprender que nunca somos idénticos ni a los otros de nuestro grupo ni al estereotipo amañado colectiva o individualmente que nos proponemos encarnar». La sabiduría de Kristeva nos sigue diciendo que: “el derecho del otro a su extranjería nos devuelve la libertad de la nuestra, y con ella la posibilidad de disentir del agobio de la tradición o de la cárcel de lo corriente. Podemos así volver a reapropiarnos del pasado o innovar hacia lo aún intacto, para crearnos otros gestos, otros hábitos. Todos provenimos igual de tierra ignota y seguimos ligados por mil lazos enigmáticos a nuestra patría inconsciente . Es preciso una vez más decir en voz alta que el otro y su diferencia, lejos de ponernos en peligro, nos puede llevar a un mundo de mayor riqueza y descubrir más matices y nuevas formas de ser. Todos esperamos que el racismo no tenga ninguna posibilidad pues es la negación de toda humanidad.

Julián Peragón

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Antropólogo. Profesor de Meditación y Formador de profesores de la escuela Yoga Síntesis.

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