Podríamos empezar nuestro discurso por dibujar un punto, un simple punto sin espacio ni dimensiones, y convertirlo en un símbolo que represente la Unidad. Si a continuación dibujamos una línea horizontal seguramente nos recordará el horizonte, la tierra sobre la cual vivimos. Un trazo vertical nos llevará a una elevación sobre aquel horizonte conectándonos con el cielo, esto es, con lo divino.
Ahora hagamos un círculo y notaremos con nuestra capacidad de simbolizar que no tiene principio ni fin como la eternidad, como el universo infinito; veremos que todos sus puntos están equidistantes del centro como un gran ojo divino, perfecto en su totalidad. Pongamos ahora aquel primer punto en el centro del círculo y sentiremos, tal vez, el ojo vigilante de Dios, el centro del universo.
Juguemos un poco más. Retomemos los trazos horizontal y vertical y hagamos una cruz para combinar la tierra con el cielo, la energía con la consciencia, el ser humano con lo divino. Démos un movimiento a esta cruz en sentido retrógrado o de avance y tendremos la esvástica con sus aspas representando la fuerza dinámica de la vida, los cuatros puntos cardinales. Podría representar también las diferentes etapas de la vida, o la rueda solar con sus rayos, o bien el dios supremo.
Este mismo símbolo de la esvástica lo utilizaban en Harappa, valle del Indo, 2000 años antes de nuestra era. Lo utilizaron los hititas, se encuentra en mosaicos hispanorromanos, en catacumbas cristianas, entre los etruscos, celtas y germanos, en la América precolombina, y un largo etcétera, y como todos sabemos también lo utilizó Hitler.
Esto nos muestra la ambigüedad del símbolo y su pluralidad de significados.
¿Simbolizan los símbolos?
Digamos que los símbolos no simbolizan nada, aunque esto tendría que matizarlo pues creo que hay un trasfondo universal en ellos. Hemos visto que un mismo símbolo puede representar cosas muy diferentes y aún contrapuestas para diferentes culturas y personas. Por tanto la interpretación de un símbolo varía dependiendo de su contexto.
Los amantes de los museos etnográficos o religiosos se darán cuenta enseguida de que los tótems, las máscaras, los objetos de culto ordenados y etiquetados han perdido su “fuerza”, aparecen como carcasas vacías desplazadas en su tiempo y cultura sin la vida simbólica que en su momento tuvieron. Por eso de nada nos sirve tener delante un objeto simbólico si no sabemos a qué representación conceptual, a qué visión del mundo pertenece.
En el simbolismo podríamos aplicar aquello de que no es lo mismo el dedo que señala la luna que la luna misma. No podemos caer en esa confusión. Y es que un símbolo no tiene valor por sí mismo sino por lo que ilumina, por el tránsito que permite de un nivel de la realidad a otro. Es más bien nuestra necesidad de simbolizar la que crea un mundo lleno de significados que se ligan a estos o aquellos objetos convirtiéndolos en símbolos.
Cara y cruz del símbolo
Ahora bien, cada objeto simbólico tiene una cara y también una cruz. Hagamos un viaje en el tiempo a la prehistoria, delante de un monolito en forma de pene erecto de 3 ó 4 metros de altura, por ejemplo, como los que se encuentran en Córcega. ¿Qué representaba para aquellos nativos?, ¿el poder masculino que fecunda la tierra?, ¿adoración a la sexualidad?. No lo sabemos bien, pero todo símbolo ilumina algo necesario para el grupo o la persona, dejando tras de sí una “sombra” que es la propia ideología o cosmovisión que sostiene aquel o aquellos soportes simbólicos. Los símbolos que utilizamos encajan bien dentro del dispositivo simbólico que utilizamos.
La economía del símbolo
Aclarado esto tendríamos que preguntarnos acerca de este dispositivo simbólico. ¿Por qué y para qué nos empeñamos en simbolizar el mundo?. Sabemos que la mente profunda funciona simbólicamente y que esta función forma parte de nuestra estructura de aprendizaje. No podría ser de otro modo, el símbolo es el resultado final de un proceso de conocimiento. Tiene que ver con la economía que necesita nuestra mente para recordar las informaciones que le son necesarias.
Es en esta economía donde entra de lleno el símbolo pues funciona como un segundo modo de acceso a la memoria cuando la parte consciente y volitiva no llega. El símbolo forma parte de un lenguaje inconsciente virtual pues su contenido está, por así decir, plegado como si no ocupara espacio. LLega a los rincones de la memoria por su capacidad evocativa, como lo haría un perfume que, sin darnos cuenta, nos hace regresar a la infancia o a una situación determinada ya “olvidada”.
Hemos de decir, de paso, que la memoria no es un saco sin fondo donde todo lo vivido está colocado en estanterias cronológicas y sedimentadas. Es un elemento activo de nuestra mente que implica un proceso complicado de selección de la información recibida y su tratamiento para volverla significativa. Con nuestra mente simbólica somos capaces de organizar nuestras representaciones mentales y sobre todo, asociar aquellos elementos que están dispersos. Y es que el símbolo no es como el concepto que dice esto es esto y aquello aquello. El símbolo hace un continuum, como el ejemplo explicado, entre el pene, el monolito, la sensación de energía vital, la transmisión entre la tierra donde está clavado y el cielo al cual apunta y la idea de que todo en el universo es un coito entre fuerzas complementarias. El concepto y la palabra tienden a la concreción, a la discriminación, mientras el símbolo evoca la globalidad, tiende puentes invisibles entre esto y aquello, entre una realidad y otra, tal vez para que el mundo sea vivible además de comprensible.
Identidad secreta
También nos dicen los sueños que nuestra forma profunda de pensar se realiza en imágenes; imágenes que guardan entre sí una identidad secreta que más tarde podemos desvelar. Los sueños, los símbolos, en última instancia todo expresa algo, algo que puede ser significativo para nosotros. Pero muchas veces no sabemos exactamente qué nos traen aquel sueño o este símbolo. Y de eso trata el simbolismo, de navegar con una luz por esos entramados de significados.
Aunque no nos importe el simbolismo no por ello vamos a dejar de simbolizar. Los publicistas que lo saben hacen sus spots publicitarios no en base a la enumeración de las ventajas de tal o cual producto, sino a la asociación de éstos con elementos simbólicos que sugieren triunfo, libertad, placer, etc, etc. Por tanto creemos que un conocimiento acerca de cómo funciona nuestra mente y sus prototipos simbólicos nos haría, tal vez, más libres, menos manipulados. Pero esto es otra historia.
Camino de conocimiento
Teniendo en cuenta la gran fuerza simbólica de nuestra mente inconsciente, ¿podríamos utilizarla como fuente de conocimiento, como herramienta de crecimiento personal?. Los antiguos sabios nos han legado un sinfín de herramientas simbólicas como las astrologías, el tarot, el árbol de la vida, etc, que si bien, la divulgación las ha llevado a veces a un descrédito, en su estudio profundo encontramos claves muy poderosas de conocimiento.
Tarot
Desde algunas lecturas de este libro de imágenes, el ser humano ha venido a este mundo a volverse consciente de sí mismo, tiene su alma exiliada y debe finalmente enfrentarse con el destino que él mismo creó en su desatino ante la vida. En sus 22 arcanos mayores están representadas las etapas de nuestro camino de realización. Se trata de un libro de sabiduría donde cada imagen tiene un mensaje cifrado que comunicarnos. Tal vez la ambigüedad de los arcanos sea inteligente pues se dirige no tanto a la conciencia ordinaria de ideas diáfanas como a un despertar más profundo, con senderos laberínticos donde será preciso meditar y reflexionar largo y tendido sobre las motivaciones inconscientes que nos habitan.
Astrologías
Si el Tarot nos habla de las etapas del camino, las astrologías, orientales u occidentales, nos muestran nuestras potencialidades. Cada nacimiento es un momento único en el tiempo, cada mapa natal representa el instante irrepetible del cielo que nos vio nacer. Con cada uno de nosotros se inagura de nuevo la humanidad, cada uno con su luz y su sombra. Pero las astrologías desde una dimensión más profunda no encorsetan a la persona en lo que es, sino que abren los horizontes a lo que podemos llegar a ser, escudriñando los caminos posibles.
Mitologías
En otro plano, la mitología y sus relatos son un buen marco proyectivo para encontrar cuáles son nuestras batallas internas, esas batallas arquetípicas donde sentimos cómo se relacionan nuestra mente y nuestro corazón, para ver en qué trampas del amor caemos.
Resolución de problemas
En general, muchos esquemas simbólicos lo que se proponen es poner orden a un mundo interno caótico o fragmentado. A la vez nos hacen de espejo para ver con menos fantasías nuestras realidades. También son portadores de conocimiento, un conocimiento que parte de un darse cuenta y que nos lleva a una mayor consciencia.
Al final terminan por ser un marco de resolución de problemas pues éstos, cuando se insertan en un contexto más amplio de interpretación, encuentran una salida, si no fácil, sí esperanzadora.
Como el mundo, el alma también está llena de senderos y bifurcaciones. Entonces agradecemos un mapa, algunas señales. Tantas veces el espíritu se nos muestra en su especial lenguaje, con sus citas inesperadas, sus coincidencias paradójicas, sus reveses del destino. Y tantas veces nos quedamos perplejos, como analfabetos ante una profunda poesía, en la nada.
Julián Peragón