En la mayoría de los ámbitos comerciales en nuestra sociedad se privilegia la demanda del cliente porque, es obvio, el negocio depende de la satisfacción de aquél y del cumplimiento de sus necesidades. Se hacen increíbles estudios para prever si un determinado producto tendrá suficiente acogida o no, si es adaptativo al momento y a los gustos de un colectivo. Aunque habría que decir, si hemos de ser fieles a la realidad, que más que adecuación a la demanda del cliente hay mucho “gato por liebre”
En el terreno espiritual la cosa cambia pero no tanto pues los alumnos (clientes) vienen o se van dependiendo también de modas, de necesidades y de satisfacciones. Los profesores/as de Yoga muchas veces no atinan a entender ese flujo aleatorio de idas y venidas, cuando un grupo se vacía o se llena, cuando alguien sin mediar palabra deja de venir o trae a tres amigos/as más. Misterio.
Sin embargo hay un punto que muchas veces se deescuida en relación con los alumnos y es la demanda implícita o explícita que éste trae a las clases. Esta demanda la trae el alumno consigo, lo quiera o no, pues es como una atmósfera que envuelve, algo que preocupa, que duele o que carcome por dentro. Y a veces esta demanda, cuando el momento es adecuado, sale a relucir, algunas veces de forma directa pero la mayoría a través de la queja.
La demanda es parecida a un iceberg, tiene una punta visible pero está sostenida por un enorme trasfondo sumergido que permanece inconsciente, pero que, inevitablemente actúa, desde el malestar o la somatización.
Es evidente que el profesor de Yoga no tiene que coger el iceberg inmenso del alumno y derretirlo con su buena voluntad, pues esa demanda que puede ser desmesurada habitualmente tiene perfiles fantasmáticos que no merecen ser atendidos o que, de otro modo, tampoco sabría atender. Lo que sí debería atender es el vínculo que se establece con el alumno y desde ahí, a través de la escucha, elaborar lo real de aquella demanda.
Claro que, está por ver, cuáles son los límites en la profesión de profesor, qué puede acoger en su labor y qué no. Nos pondríamos de acuerdo en que la profesión de yoga acoge una demanda de salud pero ¿diríamos que el profesor tiene capacidad de diagnosticar, elaborar una terapéutica a través de ejercicios dirigidos a una sanación?
Hago esta pregunta porque cabe el riesgo de que a falta de límites claros profesionales, el profesor pueda irse hacia una omnipotencia al querer dar respuesta a todo alumno sea cual sea su demanda.
Pero volvamos a retomar la idea de vínculo. Un vínculo es como un puente por donde dos personas, una relación, un grupo transita. El vínculo abre unos canales de comunicación necesarios para vehicular nuestros deseos, necesidades y afectos, y ese vínculo tiene que tener una dimensión humana, tiene que estar a nuestra medida.
Para que haya un vínculo adecuado con el alumno deberíamos cuestionarnos acerca de la naturaleza de este vínculo. Si el profesor se sienta sobre un pedestal y se vuelve inaccesible desde su grandiosa sabiduría puede mermar una relación más solidaria con sus alumnos, pero, por otro lado, si se hace amiguete de éstos cabe el riesgo de confundir la enseñanza con lo estrictamente individual. Evidentemente todo esto depende de cada uno, de su naturaleza, de la madurez del profesor/a y de sus alumnos/as.
Aquí se impone el sentido común, el profesor no puede permitir que le invadan pero tampoco debe invadir con sus “verdades”. No puede dejar que las cosas se estructuren espontáneamente pero tampoco imponer un ritual severo y una disciplina férrea. Es complicado. En todo caso ya que no hay una fórmula la solución reside en la escucha. El vínculo adecuado es aquel que permite al otro, en este caso el alumno, crecer hacia una mayor autonomía, hacia un mayor bienestar y consciencia.
Sin embargo, según mi experiencia me quiero atrever a estructurar una serie de demandas que me parecen están presentes en la mayoría de los alumnos, volviendo a repetir que estas demandas habitualmente no son explícitas aunque están bien presentes.
DEMANDA DE ATENCIÓN
Vivimos en un mundo acelerado donde no hay mucho tiempo para sentir al otro o para escucharlo. El mundo se ha cosificado y vamos más al ritmo que las máquinas imponen y menos al ritmo de los días y de las estaciones. Creo que tantas veces cuando uno va al médico, más allá de la sintomatología, hay una demanda de atención. El profesor de Yoga tiene que tener en cuenta esto. Es necesaria la presencia, la mirada, el cómo estás, cómo va, cómo fue, etc. Y claro está, más que la pregunta es la presencia relajada que hay detrás. Pues los buenos días nos los dan muchas veces al cabo de una jornada, pero no se trata de una fórmula repetitiva sino de una presencia real, de una empatía honesta.
Detrás de la corrección (prudente) que hace el profesor, acompañando al toque de consciencia para que la columna se mantenga recta o la pierna esté alineada, hay un “sé que estás ahí, te veo, te presto mi ayuda”. Y esta ayuda es reconfortante en lo más íntimo del alumno.
DEMANDA DE ORDEN
Detrás de la apuesta por las clases de Yoga u otras disciplinas encontramos una demanda de orden. Martes y jueves de 18 a 19.30 h. por poner un ejemplo, se convierten en unos pilares para cruzar el río de la semana sin ahogarse por el cúmulos de pequeños y grandes problemas. Dos mojones en el camino estables donde regularizar una disciplina, donde establecer una práctica.
La mayoría de los alumnos comentan que, de no ser así, en casa no se pondrían a practicar aunque conozcan bien las posturas y las secuencias. Las circunstancias ya las sabemos, el orden o desorden de la casa, la falta de espacio, el teléfono, la familia, etc. Así que las clases semanales tienen, en principio, esa función de asegurar un espacio personal donde nada ni nadie pueda interrumpir. Se establece un compromiso (una mensualidad) y se responde a ella. En el fondo son estrategias de compromiso.
Y no está mal, pero el profesor debería recordar en su función sabia y pedagógica que esos mojones en medio de la semana son laboratorios de un aprendizaje sutil, una aprehensión de un arte de vivir para tener la seguridad y la confianza de establecer en nuestra propia vida y en nuestro ritmo cotidiano, un espacio propio de práctica y de regularidad.
DEMANDA DE SALUD
Ante la vida nos sentimos vulnerables, periódicamente cogemos una u otra pequeña enfermedad. El acceso a un abanico amplio de terapéuticas nos resuelve el problema pero en el fondo nos deja insatisfechos. Necesitamos sentirnos más artífices de nuestra propia salud, generar un estilo de vida sano que prevenga la enfermedad.
Queremos sentirnos mejor, con más energía, con una postura corporal más equilibrada y necesitamos sentirnos ágiles en nuestros movimientos. Esta demanda la hace el alumno a la propuesta de Yoga y sabe de antemano que no le van a dar una pastilla sino que deberá gestionar su propia salud con la ayuda de las pautas recibidas. El Yoga es una invitación a esa salud activa que se irá convirtiendo en autónoma. Más que âsanas, el alumno aprende a sentarse, a tumbarse, a relajarse o a respirar, y esto, sobre todo, lo puede aplicar a lo cotidiano, en su trabajo y en sus relaciones.
Por otro lado, la actitud del profesor será la de señalar que el Yoga no es ninguna panacea, que no basta con realizar tal Pranayama para curar tal enfermedad pues la enfermedad como la vida responde a un cúmulo inmenso de factores. La salud y la enfermedad son procesos que requieren tiempo y escucha. Por eso el Yoga no es tanto un lugar para borrar definitivamente las tensiones (por otro lado imposible) sino un espacio de diálogo con ellas, para que nos dejen vivir un poco mejor.
DEMANDA DE CRECIMIENTO PERSONAL
Todos queremos mejorar, el anhelo al crecimiento personal es propio del ser humano. El hecho de vivir y de vivir en sociedad genera muchas alegría pero también muchas frustraciones. La insatisfacción es una sombra que acecha el cada día, hay días en los que la sombra se despeja pero en otros nos invade. Sin embargo hay un punto en el que intuimos que la culpa (al menos toda la culpa) no la tienen las circunstancias (el bajo sueldo, el jefe, las leyes injustas, etc) sino que hay una posición más óptima para enfocar las situaciones vitales. Hay algo que comprender aunque no sepamos qué.
El alumno sabe que el Yoga no es solamente un espacio de salud activa, sabe, aunque sea a través de una aureola mística, que el Yoga tiene algo que decir, tiene respuestas sabias. El alumno espera del profesor una honestidad en su forma de vivir y espera que le aclare muchas cosas.
Y el profesor tiene a su alcance la filosofía del Yoga y su propia experiencia. Sabe también que al igual que la salud es un proceso que requiere su tiempo, el darse cuenta, el comprender mejor lo que uno es, el abrir nuevos espacios de sensibilidad y de conexión internos requiere bastante tiempo. No se trata pues de dar respuestas a mansalva sino de tener la paciencia de la escucha para adecuar el conocimiento a la realidad de cada uno. Verdades esplendorosas pueden conflictuar a alguien sino está en el momento vital de esa enseñanza.
DEMANDA DE COMUNICACIÓN
Hay quien viene a clase de Yoga y despliega su esterilla, practica y tranquilamente se va. Y podríamos decir que es lícito si tiene suficiente con ello. Pero muchos alumnos quieren una mayor interrelación con el grupo. El grupo de Yoga se puede convertir, salvando las distancias claro, en una familia, en un entorno cálido. Al otro lado de la puerta de la sala queda el mundo agotador y competitivo, y el alumno quiere encontrar un espacio de sosiego, amable y acogedor. Está claro que se establece una ficción pues el mundo no sólo está fuera, también está en el grupo porque, en definitiva, está dentro de nosotros mismos.
Pero, de entrada, el alumno pide un profesor/a que le dé seguridad y un grupo que le dé confianza. Es evidente que somos seres sociales y que necesitamos un reconocimiento por parte de los demás. Buscamos un espacio donde poder ser y donde poder expresarnos tal vez, con una profundidad mayor de la que permite nuestro entorno cotidiano.
El profesor se equivocaría si le diera prioridad a esta demanda en el sentido de hacer la clase de Yoga una fiesta o una tertulia amena, pero también erraría si mantuviera un tono excesivamente serio o trascendente. Si sólo hay en toda la sesión una única voz cabe la sospecha de que se quiere insinuar que hay una única verdad, la del profesor. Y creo que es necesario dialogar, lanzar propuestas, cotejarlas, escuchar las experiencias ajenas, lograr consensos, etc.
¿Y cómo se hace esto en una clase de Yoga? Pues está claro que una clase de Yoga no es solamente âsana tras âsana, hay días y momentos que podemos hablar de filosofía, de ética, de la vida, de los sueños y de la realidad.
DEMANDA DE SILENCIO
De la misma manera que uno puede tener hambre y sed a la vez, en el alumno coinciden necesidades y demandas de entrada contrapuestas. La necesidad de grupo, de interrelación, de comentar alguna situación del día puede dar paso tranquilamente a una necesidad de silencio, de retirada hacia la profundidad de nuestro ser. Y en eso consiste el Yoga en hacernos transitar hacia un estado de comunión con lo que uno es en esencia.
Y es por eso que la propia práctica de Yoga se hace en silencio aunque las pautas del profesor nos ayudan a entrar mejor en ese estado de Yoga. Pero también pude ocurrir que el profesor engolado de su propia impostación, con discurso envolvente no deje espacio de silencio, espacio para sentir. Hay otra voz que la del profesor y es la propia voz interna que en esos momentos tiene una rendija para expresarse.
DEMANDA DE ESPIRITUALIDAD
Es delicado hablar de espíritu, de religión, de trascendencia. Y quizá no haga falta ponerle nombre para que no salgan a flote los demonios. La espiritualidad está en todos nosotros como un anhelo de conectar con algo que intuimos más grande y superior a nosotros mismos. Llámese Vida, Naturaleza, Misterio, Energía o Dios. Y esa demanda está en el alumno aunque bastante encubierta. No importa, lo importante es que el profesor pueda honrar en sus clases a esa dimensión imperecedera del Yoga que es la unión del alma individual con el alma cósmica. Por supuesto no se trata de imponer nada pero tampoco se trata de darle la espalda por no saber como afrontarla.
Cuando hablas de que suryanamaskar no es meramente un beneficioso ejercicio entrelazado para calentar al cuerpo sino un saludo al sol como símbolo de esa luz interior que todos llevamos dentro estamos haciendo espiritualidad, cuando hacemos un determinado mudra no estamos haciendo sólo una posición con las manos sino un gesto de unión o consciencia, y eso es espiritualidad. Que cada uno se enfoque pues hacia la dimensión que necesite, postural, energética, simbólica, etc.
Es preciso, por tanto, rescatar el vínculo, reconocerlo para que no nos arrastre y para saber manejarlo en pos de un mayor crecimiento por parte del alumno/a.