La realidad siempre está presente, está dentro y está afuera, nos acompaña allá donde vamos sin que podamos esquivarla. Tiene, como el mar, una superficie y un fondo, algo tangible y algo que nos parece no tan palpable desde nuestra perspectiva. Vemos lo que queremos ver, o mejor dicho, lo que podemos ver, lo que el miedo, el deseo o la ignorancia permiten.
Vemos lo que vemos de la realidad filtrada por nuestros gustos y disgustos, por nuestra estructura caracterial, por nuestras creencias y supersticiones, en definitiva por las “verdades” con las que comulgamos en nuestra civilización. Vemos, por así decir, lo que queremos ver, o mejor dicho, lo que podemos ver, lo que el miedo, el deseo o la ignorancia permiten.
Cuando afinamos un poco nuestra mirada nos damos cuenta de que esta realidad que está dentro y está fuera -si es que dentro y fuera tiene algún sentido- se mueve. Esta realidad no es fija, cambia, se transforma, parece volver pero siempre es distinta. No la puedes fijar porque nosotros mismos estamos dentro de esta realidad y nos movemos y cambiamos a pesar de nuestras categorías mentales que prometen fijeza y seguridad.
La pregunta que cae por su peso es si esta realidad impermanente que se mueve constantemente va a algún sitio o simplemente da vueltas y vueltas, o dejada su antojo, se aleja errática hacia la nada. Para responder a esto necesitamos afinar todavía más nuestra atención y darnos cuenta de que la separación de los seres y las cosas que nuestros sentidos nos provee es ilusoria. Que la fruta está en el árbol y el árbol en el bosque es evidente. Que cada órgano de nuestro cuerpo se sintoniza y colabora para producir un equilibrio que llamamos salud también es claro. Todo parece retroalimentarse como si secretamente hubiera una visión de conjunto. Incluso detrás de la “cruel” ley de la selva parece que predomina una estrecha colaboración entre las especies. Todo está profundamente interconectado, como intuye el sabio.
Aunque hay que aclarar que está profunda interrelación no es una sopa homogénea; parece tener un orden bien preciso que todavía no acabamos del todo de comprender. Si quitamos el primer velo a la realidad observamos que es infinitamente más compleja de lo que sospechábamos. ¿Cómo hacen las células, por ejemplo, en la embriogénesis para saber cuál es el lugar que le corresponde en el desarrollo del feto?
¿Hacia dónde avanza la vida?
Lo cierto es que la realidad parece mostrarse como aquellas muñecas rusas que dentro de una hay otra y otra y, así sucesivamente. Una especie de anidación hacia lo infinitamente pequeño pero también hacia lo infinitamente grande. El organismo está formado por órganos y éstos por tejidos que están formados por células específicas que a su vez congregan a un sinfín de moléculas en cuyo interior encontramos los diferentes átomos cuya estructura atómica todavía vamos desvelando.
Es cierto, la realidad está compuesta por holones, un concepto acuñado por Arthur Koestler(filósofo social húngaro del siglo XX) que nos indica que una totalidad es al mismo tiempo parte de otra totalidad mayor. Miremos hacia el cosmos o hacia el microcosmos: sólo vemos totalidades engranadas en otras totalidades sin vislumbrar todavía un límite. ¿Quién sabe si el universo entero no es otra totalidad en medio de otros universos insospechados?
Desde el Big Bang hasta ahora la realidad ha recorrido un buen trecho, desde las partículas subatómicas a nuestro cerebro la vida ha tenido que dar un vuelco tras otro, ha tenido que remontarse sobre sus propios límites e ir avanzando. Avanzando sí, pero ¿hacia dónde? Decía medio en broma Brian Swimme, matemático y cosmólogo de California: “Este es el mayor descubrimiento de la empresa científica; toma hidrógeno, déjalo un tiempo, y verás cómo acaba convirtiéndose en capullos de rosas, jirafas y seres humanos”. También decía: “Hace 4000 millones de años nuestro planeta era roca fundida, y ahora canta ópera”.
Todavía hay mucho debate y mucho revuelo a nivel social y también científico en torno a la idea de evolución. Cierto que la selección natural ajusta y dinamiza el proceso evolutivo pero no lo termina de explicar, no explica los saltos cuánticos, insospechados, que ha dado lugar al desarrollo complejo de la vida. Los cálculos efectuados por algunos científicos desde Fred Hoyle hasta F. B. Salisbury muestran que en 12.000 millones de años (nuestro universo) no existe la posibilidad real de producir una sola enzima por un proceso al azar. Debe haber una dirección y una dirección inteligente en el cosmos.
Podemos insinuar que la evolución con sus mutaciones pero también con sus saltos creativos sigue un impulso donde lo simple es integrado en una nueva complejidad. Nuestro cerebro, por ejemplo, es tricerebrado. El neocórtex envuelve al cerebro límbico y éste se eleva sobre el cerebro reptiliano. ¿Cuál será el siguiente salto evolutivo de nuestro cerebro? Lo cierto es que en este impulso evolutivo crece la complejidad que hay que integrar.
Impulso autotrascendente
Sabemos que, desde la fisiosfera, aparece la vida, podríamos decir que milagrosamente, vemos entonces que esta bioesfera integra la materia en su interior. Luego vemos cómo la vida toma perspectiva y aparece un protocerebro que es capaz de tomar decisiones. La nooesfera es vida reflexiva, es decir, la mente se apoya en la vida del cuerpo pero ya es capaz de modificarla. Y ¿qué será la esfera del alma sino la mente consciente de sí misma? La cadena no acaba aquí; ese impulso autotrascendente parece elevarse cada vez más.
Un místico diría que el cosmos vuelve a su fuente, se repliega en el espíritu. La imagen mítica en el hinduismo habla del día de Brahman que dura 8600 millones de años que habrá que multiplicar por 365 días y por cien años que supuestamente es la vida del Absoluto si nos atenemos a esta cosmovisión. En todo caso los científicos irán haciendo sus cálculos pero no es descabellado pensar que la creación es un despliegue en diferentes dimensiones desde el origen, llámese Dios o Inteligencia suprema, hasta lo más denso de la materia. Y, por supuesto, el viaje de retorno que llamamos evolución hasta el origen a través del despliegue de la conciencia.
Para entender mejor esta evolución hemos de entender que cada célula es un holón y nosotros otro y el planeta otro más, cierto que cada uno a su escala, holones que tienen cuatro movimientos internos. Hay de entrada una cohesión interna que singulariza su función, que mantiene su individualidad pero también este holón se comunica y se asocia con otros holones formando una red sin perder por ello su individualidad. Una neurona es neurona pero también está dentro de una red neuronal que llamamos cerebro.
En un plano vertical, y aquí está el quid de la cuestión, este holón en condiciones extremas, a través de estímulos adecuados tenderá a ganar una mayor complejidad o a integrar nuevas funciones. El cerebro del homo sapiens integra funciones del lenguaje o del pensamiento abstracto que sus predecesores homínidos no tenían. Y también tenemos la contraparte: cualquier holón, si bien puede ganar en complejidad, también puede perder complejidad o bien diluirse, así como todas las ramas de los homínidos, salvo la nuestra, no sobrevivieron. En resumen, cada holón tiene cuatro capacidades: autopreservación, autoadaptación, autotrascendencia y autoinmanencia.
Elisabeth Sahtouris, una bióloga norteamericana, plantea el ciclo de la evolución en siete estadios.La evolución va desde la unidad hasta la diversidad donde hay que competir con los recursos. La competencia genera nuevos conflictos que implican una cierta negociación hasta llegar a una resolución y cooperación, estableciendo una nueva unidad, repitiendo el ciclo. Una especie de espiral ascendente.
Podríamos decir que la evolución crece a sus anchas y, de tanto en tanto, da un salto de nivel. Épocas de una cierta calma (evolutiva) dan paso a una revolución, periodos críticos de aniquilación o de creación de especies. Lo cierto es que la evolución no parece lineal. Decía con un tono de sorna un biólogo (J.S. Haldane) acerca de las 350.000 especies de escarabajos que hay hoy en día: “Si la biología nos enseña algo sobre la mente del creador es su desmedida afición por los escarabajos”.
La parte que podemos utilizar para nuestro crecimiento personal de esta idea profunda de la evolución es que estamos en medio de ella, que tenemos por debajo una eternidad de procesos físicos, energéticos, biológicos y sociales, pero también una eternidad por delante. Somos, por así decir, un eslabón en una cadena infinita de vida. Pero, ojo, este eslabón también se puede romper. Nadie nos asegura como especie que vayamos a alumbrar una nueva civilización más justa y no caer en otra barbarie, cuando no en la autoaniquilación.
Los holones emergen en el proceso evolutivo trascendiendo pero incluyendo a sus predecesores en una dirección hacia una mayor complejidad, diferenciación y autonomía relativa. Los holones emergentes se comunican con otros holones formando una holoarquia que es una jerarquía, pero no de poder, sino una jerarquía natural, sin dejar éstos nunca de evolucionar. La dirección es de lo simple a lo complejo, de lo amplio a lo profundo y de lo inconsciente a lo consciente.
Así podemos decir que una hormiga es más compleja, más profunda y más consciente que una bacteria, y claro está, un ser humano más que una hormiga. Pero, no por ello, la elevación en la pirámide de vida evolutiva da derecho al ser humano a pisotear un hormiguero.
Paralelismos en todos los órdenes
Los antiguos decían que así como arriba era abajo, y viceversa. Lo mismo que mueve las estrellas mueve los electrones, siempre hay un paralelismo entre diferentes dimensiones. Este paralelismo se da en todos los órdenes; de alguna manera, si fotografiamos la secuencia del embrión hasta que se convierte en un feto completamente formado llegamos a la conclusión de que pasa por etapas marinas, anfibios, reptilianas, mamíferas hasta configurarse como ser humano. Es como si en el breve periodo de un embarazo se reconstruyera la misma evolución de la vida desde las primeras bacterias hasta los seres más complejos. Algo así ocurre entre el desarrollo de cada individuo y el de la sociedad. La ontogenia parece reproducir la filogenia del ser humano. Guardando las distancias, las diferencias entre uno y otro son sorprendentes. Algo podremos entender en el desarrollo de uno para comprender el proceso del otro.
De alguna manera nos interesa saber cómo hemos llegado hasta aquí, qué etapas de desarrollo nos han precedido porque, de esta manera, tendremos más claro los pasos que el desarrollo evolutivo nos depara. Lo cierto es que empezamos a ser conscientes del proceso evolutivo y, de esta forma, podemos colaborar estrechamente con este impulso. Poéticamente podemos decir que somos polvo de estrella superespecializado que podemos contemplar las estrellas.
Estamos vinculados a un proceso universal y, quizá, esta sea una de las claves para repensar nuestra crisis planetaria desde otra perspectiva. La evolución, tal como la planteamos, nos da un prudente optimismo; el mismo impulso que llevó a los primeros arbustos a convertirse en árboles puede llevar al ser humano, si las condiciones lo permiten, hacia una mayor solidaridad, amistad y cooperación. Sólo hemos de saltar por encima de las estrecheces de nuestra perspectiva.