Cuando el Sol desaparece los navegantes necesitan conocer las estrellas para orientarse. Sin embargo, a ras de suelo, el hecho de mirar el cielo estrellado ya indica un primer movimiento de levantarse por encima de lo mundano, inmediato y cotidiano.
Siempre estamos rodeados de estrellas pero la luz del Sol, tan potente, las oculta, necesitamos pues la negrura de la noche para percibir la sutileza de sus luces. A veces parece recordarnos que la potencia de nuestra razones no nos deja percibir nuestras intuiciones.
Si proyectamos en perpendicular la linea de nuestros pies cuando estamos derechos nos daremos cuenta que, esa proyección, coincide en el centro de la Tierra. Como si nos quisiera decir que todos los humanos pertenecemos a una misma raza, a una misma cepa, a una misma archiabuela. Sin embargo, al proyectar la perpendicular desde nuestras cabeza cada persona se encontrará con una estrella diferente entre los cientos de millones de estrellas que hay en nuestra galaxia. El simbolismo es claro, partimos de un tronco común pero cada destino es único e irrepetible, cada camino trazado de nuestra vivencia es completamente original. La estrella simboliza ese destino.
En el Tarot de Marsella, el arcano de La Estrella nos habla del alma: una señora desnuda, arrodillada y regando con dos jarros, símbolos de desnudez, humildad y generosidad. Un pájaro negro a punto de iniciar el vuelo nos recuerda que el alma es aquello en nosotros que sobrevuela por encima de lo inmediato y rutinario. No obtante, el símbolo que nos interesa es precisamente la gran estrella que está sobre su cabeza. Supuestamente es Venus, una estrella errante para los antiguos, diosa de la belleza y del amor. Ese alumbramiento nos sugiere que el alma, eso tan nuclear en uno mismo se alimenta de armonía y verdadero amor, de lo contrario nuestra alma se seca y se siente exiliada.

Por Julián Peragón

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Antropólogo. Profesor de Meditación y Formador de profesores de la escuela Yoga Síntesis.

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