Es Navidad. Es Navidad incluso para los no creyentes, para los que viven en las antípodas o para los más paganos porque en el fondo de la Navidad no hay un niño Jesús y unos Reyes Magos sino la bisagra del tiempo humano, una bisagra que se abre cada año y cada año se vuelve a cerrar.
Desde el solsticio de verano el sol cae en picado hacia un sur lejano que engulle la luz. Al inicio del invierno, justo en el solsticio , aparece la leve certidumbre de que el sol rebotará nuevamente hacia el norte empujando a la luz hacia su gloria. Tal vez por eso la Navidad, se celebre como se celebre, es extensamente humana porque celebra el nacimiento de la luz. Y claro, para no ser literales, más allá del juego astral, lo que importa es la vivencia del ser humano en ese pasaje del tiempo.

La batalla arquetípica que se da en el cielo entre la sombra y la luz donde, digamos de paso, ninguna de ellas vencerá, también se da en el corazón humano. Esa lucha eterna entre luz y sombra se manifiesta aquí adentro como la guerra entre virtudes y defectos, idealidad y necesidad, altruismo y egoísmo o bien y mal según la terminología que uno esté acostumbrado a usar. La salud y la enfermedad, la confusión y la claridad, la ignorancia y la sabiduría luchan cada día, cada año por la victoria. Navidad es, por poner un ejemplo, ese momento en las películas donde el malo está a punto de matar al bueno, un suspense donde tememos que lo inevitable se imponga sobre las buenas razones y acabe la película de sopetón.

La Navidad es eso, un suspense en el tiempo para recordar lo esencial de la vida. Para recordar que somos hijos de la tierra pero también del cielo, que somos pura gravedad pero que también sabemos alzarnos sobre dos delicados pies, en definitiva que tenemos un cuerpo pero que también somos un espíritu. La Navidad es la amenaza de la sombra y la reacción de la luz, es, por poner otro ejemplo, la neurosis que hay en toda familia ante los preparativos de la comida de Navidad y la propia celebración, por un lado las envidias, las disputas, los desencuentros, por el otro el sentimiento reconfortante que compartimos un alma familiar. Cada año lo mismo, dirían unos, pero es que cada año se reactivan esas fuerzas superiores que atraviesan cada individuo.
Pero hay otra familia, una gran familia de billones de seres que es la humanidad que también celebra la Navidad, a veces día a día, la amenaza de la destrucción y la esperanza de un mundo mejor. La sombra nos dice que sufrimos una crisis de dimensión planetaria. Desde lo ecológico la proporción de la crisis es espantosa como todos sabemos, contaminación de mares y tierras, agujero de ozono, desestabilización del clima, extenuación de las materias primas, extinción de muchas especies de animales y plantas. Pero la crisis humanitaria es igualmente atroz, hambrunas, escasez de agua, superpoblación, guerras, explotación, corrupción, sida, malaria y otras muchas enfermedades. No hace falta entrar en detalles.

Lo único importante en estos momentos es celebrar la Navidad todos juntos. No olvidarse de esa crisis que amenaza toda vida futura, no infravalorar la dimensión de esa crisis que puede salpicar también a los países desarrollados y a cualquier elite de riqueza y poder porque todo está estrechamente entrelazado. Festejar la Navidad es percibir la larga sombra que proyecta el mundo humano pero sobre todo Navidad es recordar que podemos hacer algo. Poco o mucho podemos empujar, más allá de nuestros egoísmos, un proyecto humano que no margine a nadie por su condición, religión o sexo. Sobre todo podemos ser conscientes de la repercusión que tienen nuestros actos y nuestras decisiones en la globalidad para ser más libres en esa elección y para que hagamos el menor daño o destrucción posible.

Si hay algún mensaje sólido en Navidad es un mensaje de esperanza. Si el sol está tan bajo que hace frío a nuestro alrededor nosotros podemos generar calor en nuestros hogares; si la incomunicación enfría las relaciones podemos crear oasis de verdadera confraternidad con la gente querida. Lo que nos dice la Navidad es que la sombra tiene un límite, que el tirano caerá, que la mentira política será descubierta, que la chapuza se desprestigiará por sí misma, que el poder absoluto se desplomará por su propio peso, que el odio sólo encontrará resistencia, que la traición se volverá contra sí misma. Y no importa que la realidad desmienta tantas veces lo anterior porque la Navidad es el mejor momento de creer en el amor. Feliz Navidad a todos.

Por Julián Peragón

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Antropólogo. Profesor de Meditación y Formador de profesores de la escuela Yoga Síntesis.

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