CAPÍTULO SEGUNDO: LOS ORÍGENES DEL YOGA, DESDE LOS ANAQUELES DEL SER A LA BIBLIOTECA DE LA TRADICIÓN
Cuando indagamos sobre los orígenes del yoga, la mayoría de escritos académicos contemporáneos ubican los comienzos de esta ciencia ancestral en una época de 3 mil a 5 mil años de antigüedad, con orígenes geográficos en las tierras altas de la India y el Tíbet. Pero en realidad sus inicios se extienden más allá de los límites espacio-temporales a los que la Historia puede acceder, porque el yoga surge de la conciencia misma: la Conciencia Suprema, que es eterna y multidimensional. Cuando abordamos esta ciencia desde la perspectiva de la conciencia directa, es la intuición profunda, desarrollada principalmente por la meditación, lo que se revela es bastante diferente de aquella que presentan los libros académicos. Solo en la fuente misma que genera el conocimiento yogui se puede encontrar qué tan realmente ancestral es y de dónde surge. Si cada practicante tuviese la oportunidad de seguir el método de estudio tradicional del yoga, guardarse en una caverna y permanecer allí por décadas, contemplando adentro, estudiando la profundidad del Ser, seguro que después saldría enteramente capacitado para exponer todo sobre el yoga: alineación, pranayama, meditación y principios filosóficos incluidos. Pues es la realización de la Conciencia Suprema, y la receptividad hacia ella, la que todo lo revela.
De allí en adelante, la ciencia del yoga se ha trasmitido por los certeros canales del linaje: de maestro a discípulo, y así ha sido a través de las eras y los siglos. Así que esta ciencia se ha enseñado más con el ejemplo que con la instrucción certificada.
Para ser congruente, pero sobre todo leal a tales principios, antes de proseguir surge necesario presentar el proceso de quien escribe, para ofrecer al lector la viva sinceridad de la tradición yogui. Empiezo entonces por presentar y ofrecer honras a mi maestro Sri Dharma Mittra, de quien he recibido la bendición de la iniciación y, con ello, la fortuna del linaje. ¡Om Guru Dev!
Desde la infancia he tenido experiencias que me han hecho muy consciente de que las cosas no terminan en lo meramente físico, que la vida humana no se limita a un costal de huesos y carne, como tantas veces suele ser tratada nuestra identidad corporal. Tuve en la niñez experiencias de esas que llaman “sobrenaturales”: veía, por ejemplo, a “muertos” y entendía mensajes que deseaban transmitir. Si esculcamos en las memorias tempranas, seguro todos podríamos encontrar en la niñez alguna de estas experiencias, más que sobrenaturales, profundamente naturales. Cuando una persona se va, algo de esa persona se queda. Somos espíritu, prana (energía vital). Cuando morimos, ese prana deja el cuerpo, pero no dejamos de Ser. Cuando esa energía se va, todavía puede ser experimentada, de pronto no por los ojos físicos, pero sí de otra manera. Esos que llaman fantasmas son justamente percepciones de la energía pránica de seres en ese nivel extra-corporal de existencia.
El proceso de experimentar y querer comprender que la naturaleza no termina aquí en el mundo físico me llevó al yoga.
Comencé a practicarlo concientemente después de estar cinco años haciéndolo por mi propia cuenta, sin saber exactamente lo que era. De alguna manera tuve la fortuna de no tener un maestro en los comienzos; lo que practiqué durante los tres primeros años me fue enseñado directamente por la Conciencia. Luego me regalaron mi primer libro de yoga y supe lo que estaba haciendo. Durante un tiempo viví en medio de la naturaleza, todos los días salía a caminar, buscaba una buena roca sobre la cual sentarme e intuitivamente cerraba los ojos y me dedicaba a percibir el afuera desde adentro, a sentir. Al levantarme necesitaba estirar el cuerpo y hacía movimientos y estiramientos corporales que luego identifiqué como el asana en aquel libro.
Luego siguieron siete años de auto-práctica apoyada por el estudio de libros tradicionales, hasta que reencontré a mi maestro, Sri Dharma Mittra. Mi predecesor es un ser con el que me he estado cruzando muchas vidas. Lo que comparto del yoga lo comparto de él y de todos los maestros que lo precedieron, porque el yoga es Uno transmitido a través de los diversos linajes. Porque la ciencia del yoga es como un árbol: cada hoja es un practicante, cada rama es un profesor, cada tronco es un gran maestro. El fruto de este árbol es la Autorrealización Suprema, y las raíces son los yama, los principios éticos universales. Sin ellos no puede existir el yoga, ni tampoco el fruto de su práctica, porque son estos principios los que liberan el camino hacia la liberación absoluta de obstáculos e impurezas.
Cualquiera podría pasar por este proceso para llegar al yoga, porque eso que conocemos como humanidad es, al fin y al cabo, la materialización de un nivel de la Conciencia específico dentro de este estrato tridimensional de La Realidad. Pero si miramos el Universo con detenimiento, podemos ver que no somos los únicos y que hay cosas que el mero plano físico no puede explicar. La humanidad es, más bien, una dimensión que hemos alcanzado dentro de un proceso muchísimo más largo –eterno—de la evolución de la Conciencia. Y así seguirá siendo, porque las leyes de esta evolución nunca paran.
Así que los números de años a los que se remonta el origen del yoga en los textos son perspectivas arqueológicas de la dimensión humana. Son patrones, estructuras, y el yoga busca lo contrario y es que nos liberemos de los esquemas, que son juicios, los juicios crean limitaciones y en las limitaciones están las raíces de todo sufrimiento: la ignorancia del Ser y las hirientes mentiras del mundo de la apariencia.
Esta perspectiva, si se quiere existencial del yoga, no excluye, sin embargo, la importancia de los libros fundamentales del yoga, que son también fuente de conocimiento sobre la tradición y el linaje. Son dos.
El Yoga Sutra de Patanjali es como la biblia del yoga, un conjunto de aforismos que han sido canalizados por ese sabio para generar un texto donde está explicada la totalidad de esta ciencia. Desde los principios de alineación hasta las facultades más sorprendentes que la práctica constante ha desarrollado en los yoguis −caminar sobre el agua, detener el corazón por horas o percibir y sanar a otra persona a miles de kilómetros de distancia−. Esto aforismos se condensan en solo unas veinte páginas, en cerca de 150 tratados. Sobre el asana, por ejemplo, solo hay tres sutras: todo el conocimiento y metodología del asana condensado en tres frases. Es allí donde reside la complejidad de este texto y por eso las versiones de este libro suelen contener cientos de páginas para interpretar los versos de Patanjali y hacerlos digeribles para el lector. Pero, en realidad, el único medio para entenderlos a cabalidad es el de la práctica sostenida, muchísimos años de práctica. Pues el yoga no se aprende sino que se realiza, y es por la experiencia continua de sus principios como se accede a esa realización.
El Bhagavad-Guita, por otro lado, es el libro que señala el camino del yoga, el sendero del yogui. El Guita guía al practicante en el camino hacia su Realización Suprema. El Sutra es la llave que abre la puerta a la práctica del yoga, pero es el Guita la clave para realizar la conciencia del yoga.
Andrei Ram Om
Artículo cedido por el autor y Yogasfera
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