Ilustración de Eva Veleta
A partir de aquí vamos a ir desbrozando paso a paso el esquema del Yoga clásico de los ocho miembros que plantea Patañjali desde yama hasta samādhi. Es un esquema básico pero muy fecundo, pues nos recuerda que el Yoga es un todo indisociable que abarca una ética, un método y una trascendencia. Ocho peldaños de una escalera que habremos de subir con paciencia y con ilusión, sabiendo que nos adentramos en un viaje interior por territorios desconocidos que no están exentos de obstáculos.
Sin embargo, más que una escalera, el esquema de Patañjali se parece a un árbol que crece desde las raíces hasta los frutos en una secuencia temporal progresiva, pero en el marco de un crecimiento orgánico y no lineal. El árbol madura en su conjunto, unas partes antes que otras, es cierto, pero conectadas todas ellas entre sí. No podríamos tener unas raíces fuertes y, en cambio, unas ramas enclenques, o unas hojas verdes pero unas flores quebradizas.
Aludimos al árbol porque es una representación simbólica de la totalidad. Sus raíces penetran en la tierra y sus ramas conectan con el cielo haciendo de eje del mundo. Abajo, lo más material y arriba, lo más espiritual. Es una imagen arquetípica que se encuentra en la gran mayoría de tradiciones y que nos recuerda: fortaleza, fecundidad y longevidad. También en Yoga trabajamos tan minuciosamente como lo hace el árbol en su crecimiento y creamos así las condiciones para obtener vigor y salud.
Uno de los yoguis más respetado del siglo pasado (y principios de éste) fue B.K.S Iyengar, quien asoció cada uno de los miembros del asthānga-yoga con una parte del árbol arquetípico. Así, yama correspondería a las raíces, el tronco a niyama, las ramas a āsana, las hojas a prānāyāma, la corteza a pratyāhāra, la savia a dhāranā, las ores a dhyāna y por n, los frutos a samādhi. Hay una coherencia en cada uno de ellos y refuerza la idea que todos los elementos del Yoga colaboran para producir unos frutos jugosos, frutos que darán una nueva vida.
En este sentido, nuestra práctica es como un árbol que nace de la intención de una semilla y que día a día vamos regando, podando y fertilizando a fin de que se convierta en un árbol frondoso. La práctica tiene que tener raíces que conecten con nuestras necesidades diarias, pero también contar con ramas altas que eleven nuestras aspiraciones. Hay una practicidad en el Yoga y también, no lo olvidemos, una mística.
Una de las cosas que más choca a la hora de leer los Yoga-sūtras es que están escritos en forma de aforismos, frases cortas o máximas cuya función no es la de desarrollar un tema específico, sino la de hacer de guion de una explicación que vendrá después de la mano de los maestros. Es como si leyéramos solamente los titulares de un periódico: tendríamos una somera idea de lo que ocurre en el mundo pero nos faltarían los detalles, la trama y los personajes involucrados en el relato.
Sūtra significa “hilo”, precisamente el hilo argumental que después será comentado ampliamente de forma oral. El conocimiento tradicional (incluso hoy en día) se ha transmitido de esta forma. Hay que entender que en aquellas épocas los libros eran hechos a mano de forma muy laboriosa y su distribución estaba reducida a una élite. Lo común era la palabra que se transmitía de maestro a discípulo. Para asegurarse la fidelidad de la enseñanza a través de las generaciones se fijaba lo esencial en cortas frases que se pudieran repetir exactamente, igual que cantamos una canción y aprendemos el estribillo de forma fácil. Los sūtras son claves mnemotécnicas que serán utilizados en las sentadas con los maestros y que abren las posibles discusiones sobre el tema. Seguramente los jóvenes que ingresaban en un ashram recitaban y cantaban los sūtras antes de saber el significado exacto de los mismos.
Cuando vamos a comprar algún ejemplar de los Yoga-sūtras lo elegimos dependiendo de los comentarios y sub-comentarios añadidos a los sūtras sin los cuales sería muy difícil, como decíamos, entender la amplitud del conocimiento sugerido. Encontramos comentaristas que se ciñen más a lo que dicen las palabras en sánscrito insertas en el aforismo, de otros (aunque igualmente valiosos) que utilizan el sūtra como trampolín para hablar de un conocimiento mucho más amplio del que podemos dilucidar en el mismo texto. Abundan los comentaristas actuales, muchos de ellos maestros de un linaje de Yoga determinado, que se basan, a su vez, en los comentaristas antiguos que han dejado su visión de los mismos por escrito como el Yoga-bhāshya, el comentario más antiguo de los Yoga-sūtras, escrito por Vyāsa hacia el siglo V.
Si poco se sabe de Vyāsa, tampoco sabemos mucho de Patañjali. Parecen existir varios Patañjali que escriben en diferentes épocas. Uno de ellos es el gramático que escribe el tratado Mahā-bhāshya (Gran Comentario) sobre el sánscrito en el siglo II a.C. y por lo visto, los Yoga-sūtras están escritos a partir del siglo II de nuestra era, según los expertos. Evidentemente, nadie puede vivir tanto tiempo. Lo más probable es que el nombre de Patañjali sea un título o una especie de compilador. Puede que incluso no fuera una persona física sino un grupo de iniciados que sistematizaron un conocimiento. No importa, es nuestro prurito histórico el que quiere saber cuándo, cómo y quién, pero para la mentalidad tradicional la idea de autor no tenía la relevancia porque, tal vez, y aquí tenemos un mensaje interesante: lo importante no es quién y cuándo se escribieron los Yoga-sūtras sino la presencia de los mismos.
Esta ambigüedad le ha ido bien a la tradición hindú para elevar a categoría de mito a Patañjali. Según la leyenda Patañjali era una encarnación de Ananta (también llamado Shesha), el Señor de las serpientes con muchas cabezas sobre el que descansa el dios Visnu. La danza del dios Shiva que presenciaba lo sumergió en una felicidad indescriptible. Ananta (que significa infinito) quiso aprender a bailar de esa manera para colmar también de deleite a su dios Visnu. Para aprender esta danza tenía que encarnarse y fue una virtuosa mujer, Gonikā, quien rezaba al dios Sol para tener un hijo con la suficiente nobleza al que transmitirle su conocimiento, la elegida. Cuando tomó agua en sus manos como ofrenda, sintió una pequeña serpiente en su hueco que enseguida adoptó forma humana, al que le dio el nombre de Patañjali. Pat significa “caer” y añjali, una “ofrenda” que se hace con las manos juntas. Patañjali, el que saluda con las manos juntas, se encarna para transmitir al mundo este “baile” armónico, bello y profundo que es el Yoga. En la iconografía se le representa con la mitad inferior con forma de serpiente y la superior, con forma humana.
Patañjali empieza los Yoga-sūtras definiendo el Yoga, y lo hace de forma contundente en dos aforismos. El más conocido (yogash citta- vritti-nirodhah) nos dice que el Yoga es la restricción de las fluctuaciones de la mente. Seguramente se refiere a las fluctuaciones ordinarias de la mente que tienden a la agitación y a la confusión, y cuya detención nos permiten un mayor centramiento. Por eso no basta únicamente este sūtra para definir el Yoga. Es necesario añadir el aforismo siguiente (tadā drashthuh svarūpe ‘vasthānam) donde se indica el para qué de este estar centrado. La calma mental que buscamos en el Yoga es para integrarnos con el Ser que somos. Podríamos decir que si eliminamos, o al menos reducimos, el ruido de nuestros pensamientos, podremos escuchar la “voz” de la conciencia: luminosa y serena, eterna e infinita.
Salvo para seres especiales que nacen en el estado del Yoga, el resto debemos practicar. Y esta práctica requiere de una estructura muy detallada para no perdernos. Hay un Yoga del día a día que es el kriyā-yoga, que nos purifica y aminora las raíces del sufrimiento, aunque no podemos perder el hilo de un gran método que es el asthānga-yoga, que nos habla de un abordaje integral en el que el cuerpo se tiene que templar y la mente que sutilizar para que el espíritu pueda manifestarse. Es entonces cuando el yogui (y la yoguini) desarrolla una capacidad de comprensión que desborda lo que era la mente condicionada; puede indagar en lo simple y en lo complejo, en lo pequeño y en lo grande, en lo inmediato y en lo eterno, en lo visible y en lo invisible, es decir, puede analizar la realidad y puede sintetizarla. Esto le permite un conocimiento profundo de sí mismo, y sus acciones, ya espontáneas, estarán libres de error y confusión. En este sentido, los Yoga-sūtras promueven una espiritualidad práctica que nos acerca a nuestra esencia eterna y que, de paso, nos da herramientas para salir del sufrimiento.
Cuando hacemos historia del Yoga, es para conocerlo con mayor profundidad, aunque también para mostrar que la tradición yóguica ha recibido muchas influencias que ha acogido en su seno y que, a lo largo de los siglos, se ha adaptado a las nuevas visiones de sus adeptos. También nosotros creemos que el Yoga en la actualidad está evolucionando y que da respuestas a nuestras necesidades adaptándose, no sin una cierta dificultad, a las condiciones de vida de la modernidad. Es necesario que el Yoga, en su filosofía y en sus técnicas, sea suficientemente amplio y flexible para hacer este ajuste de vida.
En las siguientes entregas veremos cada uno de estos ocho miembros que plantea Patañjali en el libro II de los Yoga-sūtras, con un lenguaje asequible y en el contexto real de nuestra vida cotidiana.
La Síntesis del Yoga
Los 8 pasos de la práctica
Julián Peragón
Editorial Acanto