Una vez vista la propia sombra, una vez uno se ha preguntado quién demonios es, hay que empezar a caminar. Como los caminos fáciles no llevan lejos como nos recuerda el adagio chino, habrá que llevar algún mapa del camino para no perdernos, o para no perdernos demasiado.
El Camino es una metáfora de los procesos del alma. En realidad no hay camino que nos lleve a ningún sitio mas que a uno mismo, pero la paradoja, es que uno ya es, siempre ha sido, aunque para descubrir ese ser hay que alejarse. Por eso el camino es lo que nos aleja para tomar distancia y volver a encontrarnos.
Infinidad de cuentos y mitos hablan de este caminar. En el cuento del Alquimista hay un tesoro enterrado debajo de tu propia casa pero tienes que hacer un viaje hasta que alguien insinúa un sueño en el que describe exactamente el patio de tu casa donde está el tesoro.
Recuerda Don Juan Matus el chamán de Carlos Castaneda que todos los caminos son iguales, no llevan a ningún sitio. Uno puede recorrer caminos largos, muy largos y no llegar a ningún sitio. Uno puede entrar en una vía meditativa y estar 50 años sin haberse hecho la pregunta fundamental, si ese camino tiene corazón. Si ese camino es bueno, si te hace estar alegre, feliz, amoroso y compasivo.
En este sentido gran parte del drama de los seres humanos es que no han encontrado cuál es el sentido de sus vidas, han cogido el sentido que les ha prestado la sociedad, crecer, emparejarse, trabajar, criar hijos, pero en el fondo no se ha conectado con la propia “misión” que, por otro lado, no tiene por qué ser enormemente extraordinaria. La vida, por así decir, te da un don, planta una semilla en tu subconsciente que luego tienes que desarrollar. Ese genio, ese aliento del alma, ese dharma como dirían los místicos hay que encontrarlo.
Cuando uno se pliega no al capricho de su ego sino al mandato de su destino entonces tiene una fuerza imparable, tiene detrás de si la fuerza de la evolución abriéndose camino. Uno coge el testigo de una fuerza que otros desplegaron en parte y, aunque sea la distancia de un milímetro, la humanidad abre simultáneamente ese milímetro en su horizonte vital. Estamos conectados, formamos parte de una cadena ininterrumpida. Mientras que si nosotros imponemos al camino nuestras prerrogativas, si calzamos unos zapatos para recorrer ese camino, muy valiosos, muy reconocidos, muy deseados pero que en definitiva “aprietan” el alma de nuestros pies, no llegaremos muy lejos.
Nosotros no somos los dueños del camino, muy al contrario, éste nos recoge y nos voltea, nos pierde en los atajos, nos asoma a los abismos, nos encumbra en las cimas para sepultarnos después en los despeñaderos. El camino no es controlable, sólo nos asegura el siguiente paso. Por eso el camino es el símbolo del misterio que se va desplegando tramo a tramo. El camino es la manifestación externa de nuestro propio despliegue, de nuestro propio descubrimiento, por eso, cuando al final moramos en lo que somos, desaparece el camino sin dejar rastro. Como decía Krishnamurti, la verdad es una tierra sin caminos.
Julián Peragón