Las montañas crecen y crecen hasta que abrumadas por su propio peso se suavizan al compás del viento, las dunas se desplazan con la lentitud de un reloj de arena y los glaciares eternos lenguetean centímetro a centímetro. Los iceberg se derriten en busca de cálidos paisajes exóticos, los volcanes suspiran de tanto en tanto alientos de azufre y hasta los mismos continentes van a la deriva. Nada permanece fijo e inmóvil, ni siquiera las estrellas que vemos permanecen en su sitio, sin embargo nos empeñamos en ubicar ordenadamente el mismo universo en nuestros propios esquemas y confeccionar un traje de teorías a mida cuando en realidad la vida se sale por las heridas de este traje ya viejo y caduco. Es posible constatar que las hojas caen cada otoño, que las mareas suben y bajan, que los pájaros migran o las serpientes cambian de piel. Pero más preciso es sentir que la tierra bulle en sus entrañas y que el mar es una gran sopa de pescado donde se recrea la vida misma. No es extraño percibir que el bosque es un organismo vivo donde habitan incluso seres milenarios, o que los bancos de peces y las bandadas de pájaros se mueven con la conciencia de un sólo organismo. Si escuchas a los vientos te dirán que todo es cíclico y que cada pequeño biorritmo de una microscópica bacteria se entrelaza en una cadena sin fin para crear un todo armónico.

Todo cambia pero hay algo que permanece, todo se reproduce pero nada es exactamente igual. Cada árbol, cada montaña, cada persona es una antena vital que capta el rumor de la existencia y la trasmuta en ondas más pequeñas y más íntimas. El impulso hacia dentro se proyecta en formas caleidoscópicas hacia afuera como de una profunda respiración. Es el eco del árbol con su fuerza ascendente, con sus raíces nutricias y su danza verde que reverbera en cada nube y penetra en nuestra retina. Entonces somos un poco árboles y un poco nubes. ¿Quién dice que una nube no siente o no tiene conciencia porque su sensibilidad no sea la nuestra?. En una simple roca hay condensados mil soles y en una sola hoja hay todo un microuniverso.

¿Quién diría que nuestro cerebro es una gran caracola vacía donde los pensamientos resuenan o que nuestro corazón remueve la olla de los sentimientos y que la piel es una enorme computadora de sensaciones?. ¿Qué arquitecto sería capaz de crear esa columna esponjosa que se articula vértebra a vértebra en un equilibrio sinuoso y perfecto?. Si tanto nos gusta la música y la danza ¿por qué no oímos esa música de la existencia que se vierte instante a instante?, y si todo es movimiento ¿por qué no danzamos con los propios ritmos y con las estaciones?.

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Antropólogo. Profesor de Meditación y Formador de profesores de la escuela Yoga Síntesis.

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