Dolor. Dolor que tiñe la Rambla de Barcelona de rojo sangre. Dolor que riega las calles de mi hermosa ciudad con profunda rabia y tristeza. Sentimos rabia colectiva, nos hacemos preguntas sin respuesta y al fin volvemos al mismo dolor incomprendido. Nos ha tocado a nosotros, un nosotros que es vosotros y ellos porque aquí no hay diferencias de colores, ni de razas, ni de países, ni de idiomas. Toca el dolor de frente y parece ser más fuerte y es entonces cuando levanta voces enfurecidas que gritan no al terror. Es un dolor de todos con nombres y apellidos concretos que merece ser atendido con profundidad casi científica, que penetre en el complejo entramado del mundo en el que nos ha tocado vivir. Cierto, nos han tocado tiempos difíciles, pero ya hace rato que jugamos en este enmarañado pero a la vez conocido terreno de juego. Sus reglas, más o menos aceptadas, sus consecuencias, pagadas día a día. De acuerdo, no somos culpables de nada, pero si en mayor o menor medida responsables de darle forma al mundo como es. Cada pieza tiene su papel en él, cada movimento, su causa y efecto. Así que quizá llegó la hora de quitarse la máscara de los ojos y enfrentarse a la realidad tal y como es, porque ella se modula a través de nuestros actos. Dejemos de apuntar con el dedo acusador, porque es demasiado fácil condenar culpables y lavarse después las manos. Los terroristas son una pieza más, eso sí, mortífera, del juego, víctimas también de la enferma telaraña que compone este mundo. También fueron piezas mortales, cierto, las víctimas de esas víctimas, las que esa tarde de caluroso agosto barcelonés firmaron con sus nombres y apellidos el episodio más triste de la calle más alegre. Pagaron las consecuencias, unas más, del infeliz devenir mundial. Me limito ahora a buscar, en el fondo de mi también dañado corazón, un poco de compasión, ni que sea una brizna..compasión hacia este mundo, herido gravemente de muerte.
Por Clara Arnedo