Cuento yóguico de buenas noches

Me gustaría contarte el cuento para ir a dormir en directo, pero como no es posible te lo cuento a través de la maquinita ésta (que no sabes los quebraderos de cabeza que me da, ozú!!!)

Y dice algo así… El mundo nos estruja cada día. Ponemos en nuestro trabajo nuestras entrañas, nuestro corazón y nuestras ideas. Al final del día quedamos exhautos , fragmentados o dispersos.

Llegamos a casa, y nuestra casa no son cuatro paredes sino nuestro hogar, el espacio íntimo donde recogernos, donde recuperarnos y volver a ser “lo que éramos”. El hogar son nuestras raíces, raíces que se remontan hasta nuestros ancestros.

Al cerrar la puerta sentimos que nuestro espacio es (o debería ser) inviolable, espacio que contiene nuestras cosas, y más que ellas, nuestro olor, nuestro calor y nuestro orden. Y llegamos a casa y nos descalzamos, nos ponemos ropa cómoda, nos envolvemos con nuestra música o respiramos nuestro silencio.

El exceso de horas de estar de pie o sentado, la vista cansada, las tensiones de hombros y cervicales marcan su presencia, hay que hacerles caso. Después de nuestra higiene, tendernos en el suelo para hacer algunos estiramientos que compensen esas tensiones.

• Tumbados en el suelo, nos frotamos la cara como si nos quitáramos (simbólicamente) la máscara que llevamos ante los demás, la cordialidad forzaba que muchas veces tenemos que adoptar. Momento de hacer unos estiramientos y rodar como una botella de un lado al otro.

• Tumbados en el suelo, con las piernas en alto apoyadas contra la pared. Las piernas drenan la sangre hacia el corazón, se deshinchan y se relajan, al igual que toda la espalda bien apoyada en el suelo. También podemos apoyar las piernas sobre el asiento de una silla.

• Ahora podemos, apoyando los pies contra la pared, subir las caderas y la espalda vértebra a vértebra. Así damos espacio intervertebral y hacemos circular la sangre y la energía a través de la columna. Al final, uno puede mantenerse en sarvangâsana, la postura de la vela, si lo desea.

• En apanâsana, con las piernas abrazadas contra el pecho, podemos hacer un ligero balanceo para masajearnos las lumbares, tan castigadas que las tenemos.

• Podemos también hacer jathara parivritti, la torsión desde el suelo que hacemos hacia un lado para flexibilizar la parte baja de la columna.

• Sentamos sobre un cojín, con la columna vertical, hacemos movimientos pendulares con la cabeza para relajar toda la zona cervical. Aprovechar para soltar la mandíbula, la lengua, y en general, todo el rostro.

• Es momento de hacer algo de yoga ocular. Hacer giros con los ojos hacia un lado y el otro. Mirar la punta de la nariz o el entrecejo.

• Si nos ponemos en hoja plegada o postura del niño con los ojos sobre el cuenco de las manos, este palmeo nos servirá para relajar profundamente los ojos a la vez que visualizamos imágenes de la naturaleza, horizontes amplio, cielos estrellados, etc.

• De pie o en postura diamantina, sentados sobre los talones (vajrâsana) podemos hacer unos momentos  movimientos espontáneos, rítmicos (no catárticos) que sirven para regenerar todo nuestro sistema de movimiento involuntario.

• En el suelo, y boca arriba, con las manos en el vientre, hacemos un poco de imposición de manos para relajar la boca del estómago y así el diafragma con él.. Nos relajamos profundamente al compás de nuestra respiración.

• Si encendemos una vela (aparte de lo romántico), podemos hacer algo de tratak, fijación de la mirada en la llama de la vela. Así entraremos en una mayor relajación mental, mayor concentración y entrada en meditación, en la que estaremos en silencio un buen rato, sin perder de vista la respiración.

Julián Peragón

Antropólogo. Escritor y Formador de profesores de Yoga y Meditación de la escuela Yoga Síntesis. Profesor del Master de Mindfulness y Organizaciones Conscientes en la UB.

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