La imagen del chamán, tal y como lo define el Diccionario de la Real Academia Española —como un hechicero al que se le supone dotado de poderes sobrenaturales para sanar a los enfermos, adivinar el porvenir, invocar a los espíritus, etc.— no existe en el hinduismo porque muestra serias contradicciones con sus principios básicos. Sin embargo, entre las tribus aborígenes que habitaron en la India sí es posible encontrar rastros chamánicos y procedimientos o rituales que sí que presentan rasgos comunes con las prácticas de los chamanes.
El hinduismo basa su filosofía en la evolución del hombre en consecución del fin último que es la liberación de la rueda de la vida, el estado de moksha, en el que se funde con el Absoluto. El camino que sigue es el del karma, las buenas acciones, que le van a permitir su evolución tras innumerables reencarnaciones. Su aplicación es general, para todos los hombres, si bien a algunos les cuesta más que a otros, pero no distingue a unos elegidos que posean unas capacidades especiales y unos poderes blindados al resto de sus semejantes a lo largo de sus sucesivas vidas. Que utilice en su ayuda la concentración (dhârana), la meditación (dhyâna), el conocimiento (jñâna), la devoción (bhakti) y un sistema tan utilizado por el chamanismo como es el éxtasis (samâdhi) no implica que sus métodos sean chamánicos pues difieren tanto en la forma de alcanzarlo como en su finalidad.
Sería imposible establecer un comportamiento homogéneo a lo largo de toda la India, pues fueron multitud de tribus, de etnias, las que poblaron el vasto territorio. Durante los siglos XIX y XX muchos han sido los arqueólogos e investigadores que han hecho incursiones en el campo de la mitología tribal haciéndonos llegar datos con los que hacernos una idea de sus creencias y tradiciones.
Conviene aclarar que muchas de las tribus aborígenes han sobrevivido hasta hoy en el territorio del Indostán y, si bien han adoptado algunas creencias hinduistas y ellos mismos se consideran a sí mismos hindúes, esto no es obstáculo para que hayan seguido manteniendo vivas ciertas costumbres antiquísimas y prácticas que la tradición brahmánica docta de la India no se atrevería a tener en consideración.
En estas tribus, muchas veces, la figura del sabio era bicéfala, por un lado estaba el sacerdote al que se le consultaban los asuntos de rutina, pero también había otra persona que, poseyendo la facultad de intermediar con los espíritus, era el encargado de tratar todo lo que quedaba fuera de lo común. Este medium es lo que podemos aproximar más a la figura de chamán y, dependiendo de la tribu, ponía en práctica diversos tipos de rituales. Es el caso de la tribu de los bondos, en las tierras altas de la región de Orissa, quienes utilizaban a un medium para problemas que se escapaban a su capacidad y durante la ceremonia él caía en trance y profetizaba; se emborrachaba y sus desvaríos se interpretaban como la voz del dios.
En Madhya Pradesh, la tribu de los kol, también bifurcaba la figura del maestro, del sabio, atribuyendo al sacerdote un valor más social y reservando al medium la tarea de dirigir el culto a los dioses locales quien, en trance, empezaba a temblar, luego gritaba, se golpeaba a sí mismo y se convertía, en apariencia, en una persona totalmente distinta.
Uno de los problemas que más afligían a los primitivos, como a todo el mundo, era la enfermedad, que atribuían sistemáticamente a un disgusto o mala predisposición del dios por lo que recurrían al medium para su solución. Y éste no dudaba en bajar a las regiones inferiores para resolver el problema. Así, entre los ao-nagas, que habitaban en el distrito de Mokokchung, muy cerca de la frontera birmana, el brujo, al recobrarse del trance, contaba que había visto el alma del paciente en los cielos y que había visitado a unos amigos entre los dobles-espíritus que allí habitaban.
Otra tribu naga, como son los konyak-nagas, del distrito de Changlang en Arunachal, creían que su medium podía viajar a las regiones de los muertos para rescatar el alma del paciente que había sido raptado aprovechando su sueño.
Sus vecinos, los kachari de la región de Assam, incluían el sacrificio de una cabra durante el trance del medium para que de su observación determinar la causa y el remedio de la enfermedad que le afligía.
El mago de los oraons de Bengala —tribu que también se asentó en los estados de Bihar y Madhya Pradesh— buscaba el alma extraviada del paciente a través de las montañas y de los ríos, hasta el país de los muertos.
Llama la atención la libertad con que actuaba el medium en la aldea pahari del Himalaya, que continuamente introducía innovaciones religiosas ocasionadas por los estados disociativos de conciencia que se producían durante el trance, de modo, como observa Berreman, el investigador que más ha profundizado en su estudio, que «no hay que extrañarse de la diversidad y la constante y sorprendentemente rápida rotación de los dioses venerados en la aldea pahari».
La posesiones eran muy frecuentes en la India tribal. En los estudios de Edwin sobre los baigas, tribu asentada en la India Central, encontramos la descripción de una ceremonia durante la cual «los medium caen en un frenesí y se arrojan al suelo, con movimientos espasmódicamente contraídos, y agitan la cabeza furiosamente de un lado para otro mientras el dios cabalga sobre ellos».
Estas posesiones eran involuntarias y voluntarias de manera sucesiva y, lo que es más, de forma consecuente. Lo habitual era que el medium se resistiera a abandonarse a los poderes incontrolables de lo «salvaje», seguido de una sumisión a los patrones de conducta que le demandaba la situación. Todo ello era facilitado gracias a la ausencia de rigidez en el ritual que seguía el medium, con el que, una vez en trance, todo podía pasar. Cosa que no ocurría entre los sacerdotes, que dirigían la actividad religiosa cuidadosamente prescrita, estereotipada y sumamente ritualizada.
Un caso que ilustra este tira y afloja entre el medium y el espíritu es el matrimonio entre el chamán y un ser del mundo subterráneo que se daba entre los hill saora, población aborigen del estado de Orissa, caso que parece ser un fenómeno único en la India aborigen. El ex-misionero y antropólogo Verrier Elwin, gran investigador de los mitos tribales, cuenta que Kintara, un brujo de Hatibadi, le confió que cuando él tenía doce años, una mujer-espíritu tutelar llamada Jangmai se le acercó en un sueño, le declaró su amor y quiso que la desposara. Kintara se negó y durante un año ella acudió regularmente a hacerle la corte tratando que cediera. Como no lo conseguía le envió un tigre para morderle y eso le asustó tanto que finalmente el joven aceptó casarse con ella. Pero casi inmediatamente, otra mujer-espíritu-protectora fue también a pedirle que se casara con ella. Cuando se enteró la primera le dijo: «Yo fui la primera en amarte y te considero como mi marido. Y ahora tú quieres a otra y yo no lo permitiré». Y en un arrebato de celos se lo llevó a la selva, le arrancó la memoria e hizo con él lo que quiso, no obstante prometió a sus padres portarse bien con el muchacho y ayudarle en todas sus dificultades. Cinco años después Kintara se casó (en el mundo de los vivos) con Dasuni, una mujer de su aldea, y la protectora llegó a un acuerdo con ella. De su esposa terrestre tuvo un hijo y tres hijas y de su protectora tuvo un hijo y dos hijas, que vivieron en las regiones inferiores. Un día su mujer-espíritu le llevó a su hijo para que lo conociera y él sacrificó una cabra en su honor.
Elwin también encontró este mismo esquema entre las mujeres brujas que eran elegidas por un protector sobrenatural. La muchacha primero se resistía a semejante pretendiente, después entraba en un periodo de crisis aguda que finalmente se resolvía cuando ella aceptaba la propuesta. «El sueño que obliga a una muchacha a aceptar su profesión y la marca del sello de la aprobación sobrenatural, toma la forma de visitas de un pretendiente del mundo subterráneo que le propone matrimonio con todas las consecuencias extáticas y numinosas».
Una joven recuerda la primera visita que le hizo un espíritu protector en sueños, vestido con ropas muy elegantes. Ella lo rechazó y él la envolvió en un torbellino y la depositó sobre una alta rama que comenzó a balancearse. Ella se sintió aterrorizada pensando que iba a caer desde tanta altura y se apresuró a aceptar su oferta de casamiento.
Otra mujer, ya casada y con un hijo cuando recibió la visita de su protector, se negó a satisfacerle y cayó enferma. Su marido mandó llamar a un brujo de la aldea vecina y el protector habló por su boca diciendo: «Voy a casarme con ella; si no acepta se volverá loca». Finalmente se vio obligada a aceptarlo y aprendió, en sueños, el arte de chamanizar.
Otra cuestión era si el oficio de brujo, o la calidad de mago era hereditaria o había una predestinación para ello. Entre los mun, la posesión de un medium por parte de un dios concreto no estaba predestinada astralmente, sino que se inauguraba «con una enfermedad imprevisible». En cambio, entre los lepchas de Sikkim, en el Himalaya, estudiados por Geoffrey Gorer, la categoría sacerdotal era hereditaria, aunque no por ello prescindía de instrucción.
Luego, con la llegada de los arios, empezamos a ver una marcada diferencia que se presenta entre las prácticas chamánicas y los rituales brahmánicos; mientras que en las primeras el factor espontáneo era una constante y toda la ceremonia se abría a la improvisación del chamán, el brahmán seguía un proceso muy reglado. Los largos comentarios de los Brâhmanas establecen la correcta realización de los ritos y es esta exactitud y la precisión lo que garantizaba su eficacia y no la voluntad o el capricho de los dioses.
Aunque haya procedimientos dentro de los cultos devocionales a Shiva y Shakti, o en las prácticas que siguen los munis, los yogis o cualquier otro tipo de estático con vestigios chamánicos, el contrate con el ascético sacrificio de uno mismo de la tradición brahmánica docta de la India, no podría ser más acusado. Pero sería cuestionable si, en cada caso, se puede hablar de un elemento chamánico propiamente dicho o de una tradición mágica que rebasa la esfera del chamanismo.
Susana Ávila
• El Instituto de Indología —fundado en 1995— es una asociación sin ánimo de lucro integrada por profesionales de distintos ámbitos a los que nos une el amor a la India y el deseo de darla a conocer.