Tengo un amigo que se llama Leído. El no camina, se desliza.Vive aislado, le ha cogido el gusto al “relacionalicus interruptus”, consigo y “con-otros”.
Nómada solitario, podría vivir en una biblioteca, en el pico de una montaña, o en una sala de cine alternativo que proyecta películas de difícil comprensión.
Decir lento es poco, puede estar todo un día para recorrer la distancia que va de un talón a la punta de ese mismo zapato… se para a cada segundo para observar y analizar cualquier detalle que se encuentra en su camino. Caminante solitario que ya no busca, ni compite por las miradas de los otros.
Sus ojos no terminan de mirar hacia afuera, parecen vueltos hacia si mismo, reteniéndose, sin llegar a posarse en objetos o persona, como ave temerosa de aterrizar en una rama quebradiza… dejó de vivir en este mundo, se auto-excluyó por el dolor sufrido hace un tiempo… rechazo de personas que no supo sostener.
Nunca pide nada a nadie, no quiere deudas, ya que poco tiene, y menos que quiere necesitar. Pero mientras ese momento de absoluta libertad llega, va acumulando cosas, conocimiento, llenando su mochila de Diógenes, por las carencias que en un futuro se le pudieran inseminar.
Su casa es refugio en movimiento. Su hogar, el interior de enroscada dureza… su mundo, contenido por completo, en inerte cascarón.Todo lo filtra por el estrecho colador de la razón. Lo desgrana, organiza, memoriza y archiva, poniéndole etiquetas a todo, sin ser capaz de olvidar, borrar, formatear, soltar lo que le entra. Es como el preso que en el comedor, protege su plato de comida con el brazo, para que no llegue otro y se lo lleve.
Se desconecta de su cuerpo para no sentirlo, no padece ya dolor ni miedo… no siente tampoco alegría, placer o amor… A veces piensa que siente algo en su estómago, algo que no sabe identificar claramente, y que tras un detallado análisis estadístico de síntomas y situaciones recurrentes, cae en cuenta, que lleva 10 horas leyendo la “biblia” de fotografía profesional de profundas fosas oceánicas, o un artículo inédito del national geografic acerca de los hábitos nocturnos del pez rosado con manos, de Tasmania… y todo esto sin comer. “Hambre” exclama en un estallido de euforia por su descubrimiento, hambre es lo que le pasa a su estómago.
Pasa de la hipersensibilidad de su tierna y delgada piel, de su fino percibir, a la insensibilidad de su caparazón, que lo protege y al mismo tiempo lo aísla del mundo exterior, que baja el volumen de sus sentidos y consciencia, llevándolos a dos centímetros por debajo de su piel.
Y desde un agujerito en su dura coraza, observa el mundo, protegido y asustado.
Piensa que nunca será suficiente la información que tenga del mundo para salir a él, para vivirlo sin sufrirlo… Nunca tendrá suficiente… y con el temor a perder lo que tiene, aprieta su puño… y fin al compartir y compartirse… Se vuelve avaro de su tiempo y presencia…
Cuando andas cerca de estos “caracoles” hay cierta distancia infranqueable entre ellos y tu, hay una especie de cortina de humo que vela sus ojos… viendo sus corazas casi siempre… y a veces al tierno caracol.
Sus presencias son tan ligeras, silenciosas y discretas, que ha veces no se oyen sus pasos, camuflados, fácilmente se les pisa, se les rompe…
Hace un tiempo, mi amigo caracol, oyó que un curandero caracolero que podía leer el futuro en las babas, había dicho que la única verdadera manera de evolucionar como ser “caracóleo” era dando un salto al vacío. Leído, que era exageradamente curioso, lo probó… lentamente se subió a un árbol.Tres días después llegó a su copa, y desde allí se lanzó pensando quizás que le saldrían alas… pero cayó y se cascó.
Tres semanas después, ya se había recuperado, y no había “cara-cool” más guay, intrépido y veloz que él.Y es que del “cascaje” se quedó con solo la mitad de su personaje.
Esta pasada noche, mi nuevo amigo cara-cool se soñó búho… mirando con ojos muy abiertos y curiosos… hoy su presencia era otra, ya no solo había “teras” sin fin de información en el disco duro de su psique… se había hecho delete y borrándose, se olvidó de si, se reinició.
Ahora cuando respira, ya no retiene el aire que le entra, se alimenta de él y luego lo deja ir por completo, desapegado suelta lo que ya no le sirve y así puede llenarse de fresco alimento. Da espacio a lo nuevo y camina ligero, como un “loco” que no necesita nada.
Ahora tiene “conocimiento”, del que llega después de haber vivido, de haber saltado, volado, caído y levantado… el que se haya cuando cerramos los libros y andamos descalzos sobre la tierra que nos sostiene, mirando hacia el misterio que encierra la bóveda del cielo que nos “techea” (techo≃Teach – aprendizaje).
Por Jaume Xicola