Afortunadamente el Yoga tiene mucho que aportar no solo como método corporal y energético, sino como disciplina de la mente y el alma. Basta con recorrer el esquema óctuple que Patañjali describe en los Yoga sûtras para entender que el punto de partida de esta ciencia es un cuerpo ético (yama) y un compromiso personal con una disciplina interna (niyama) desde donde ascender peldaño a peldaño a través de âsana (actitud en la postura), prânâyâma (expansión de la energía vital a través de la respiración), pratyâhâra (repliegue de los sentidos), dhârana (concentración), dhyâna (meditación) hasta llegar a samâdhi (absorción) como fruto de un largo proceso de interiorización. Salta a la vista el enfoque holístico del Yoga desde los primeros siglos de nuestra era común. Por eso, cuesta entender a veces el reduccionismo que ha sufrido la divulgación del Yoga aunque, siendo optimista creo que podemos observar un avance y una maduración en las propuestas en los centros de Yoga, no solo en una técnica más depurada y respetuosa con el cuerpo, sino, también unas propuestas más sutiles donde se crean espacios de silencio.